domingo, 20 de enero de 2013

Un poema, una novela



strogoff


el argumento sería así alguien
un correo del zar por caso sale
para entregar un mensaje secreto
atraviesa las montañas la estepa el frío
los peligros y la humillación
niega a su madre ofrece hasta los ojos
pero a cambio encuentra el amor verdadero

«qué es un zar» decís «qué
un correo» acaricio las duras tapas
de un rojo traidor «por qué
el final anticipado» cada pregunta
abre un paréntesis y crecen puntos suspensivos
entonces oculto el libro entre los libros
hojas tinta más todo el polvo encima
se aprisionan y multiplican como las dudas
como las mentiras que sabemos
no somos capaces de proferir
pero sí de soportar


HERNÁN SCHILLAGI

domingo, 13 de enero de 2013

Gorilas






   Mientras le hago frente al calor camino por la calle. Estoy por pasar frente a la parada de micro y veo a dos parejitas «socializando», como dice mi hija. Me abro un poco por pudor y complicidad y ¡fllluuuuussshhh!: piso una nefasta cáscara de banana, tambaleo, hago una fuerza extraordinaria con el pie izquierdo, la rugosidad del asfalto evita que la onomatopeya siga al estilo ¡pum! ¡paf! ¡crash! Entonces me acomodo como puedo la ropa y las sandalias, y trato de seguir con elegancia. 
   En las dos cuadras que restan para llegar a mi casa, el bochorno le fue dando paso a la indignación perpleja: ¿es posible que alguien se coma una banana y tire la consecuente cáscara en el preciso lugar donde termina de pelarla? ¿Qué nos han enseñado las caricaturas todos estos años? ¿No es un poco exhibicionista «lastrarse» una banana en plena calle? ¿Nadie piensa que en vez de pisarla un joven atleta como yo, se la podría encontrar una abuelita indefensa? 
   Finalmente me sentí Sigourney Weaver pero con gorilas en la niebla de una ciudad que no miran al de al lado, que solo se preocupan por su sustento y disfrutan en secreto del daño de sus propios hermanos. Y sí, lo dicho: son gorilas.