Bolero inoportuno
«Hasta acá llegamos», había dicho Santi entre el humo. Precisamente esas eran las palabras que Juano hubiera esperado de Gala. Porque esa nota de veintitantas palabras que ella había dejado sobre la mesa no concluía nada. Tampoco prometía mucho. Algo muy lejano a la esperanza se alojaba en los últimos cuatro vocablos. «Quizás también a mí». Es más, de todas las palabras sólo una punza las sienes de Juano como una púa a un disco rayado.
Quizás, Quizás, Quizás. Aunque mientras hace dedo, nunca se acordará de ese inoportuno bolero.
A veces los nombres esconden cosas de las personas. Gala se llama así sólo en parte. Su padre era maestro de primaria y jamás se pensó que el primer hijo pudiera ser una niña. Mientras la mujer hacía los trabajos de parto, barajaba nervioso en el sanatorio un manual Estrada. Veía sin leer las figuras de un caballero flaco y su grueso acompañante. Cuando la luz sobre la puerta de la nursery se encendió rosada, el maestro supo que su propio nombre no iba a continuarse. Bajó los ojos y leyó: «Miguel de Cervantes Saavedra es el más grande autor de la lengua castellana. Su obra máxima, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha». Más abajo observó. «Lo hace como novelista y dramaturgo; también como poeta. Así van apareciendo: La Galatea (1585), Las novelas ejemplares (1612)». Y más abajo comparó. «Los trabajos de Persiles y Sigismunda (póstuma, 1617)».
Galatea, Sigismunda. Galatea, finalmente. Sin embargo, la niña sólo tuvo su nombre cuando con el correr de los meses el Galatea se fosilizó en el DNI y los últimos tres caracteres quedaron en la punta de la lengua de su padre y en el olvido de su madre.
En cambio, se sabe que Juano no es un nombre y, que en lugar de ocultar, muestra. La vocal final cierra este apodo y le da un equilibrio. Pero ya se ha dicho que los nombres o las personas guardan siempre algo bajo la capa. Juano verdaderamente es: Juan Orlando Salicio. Y no hay que explicar mucho sobre por qué su portador sólo tomó la primera letra del segundo apelativo, para olvidar sin piedad el aparatoso resto. Por eso cuando ellos dos se conocieron y dijeron sus nombres, en realidad se estaban intercambiando sus disfraces.
«Saludame a tu vieja, che», fue lo último que dijo Santi desde su enrevesado mundo, sin escuchar otra vez las explicaciones funerarias de su amigo. Así que mientras Juano camina hacia el este y espera que algún auto lo levante, puede verse que la cuenta es sencilla. Tres letras le faltan a Gala, una le sobra a Juano. Total, cuatro. Justo la misma cantidad que inquieta en la pérfida nota de despedida. «Quizás también a mí».
Uno dos tres cuatro. Pasos de un baile solitario bajo el sol de verano.
Santi y la Torino habían sido repatriados a la ciudad por un camión remolque. Juano se vio tentado para volver. Pero recordó la promesa, recordó la sábana celeste y la cama vacía, recordó las tabletas de alcayota que acechaban desde su bolso. «Alguien me va a llevar», le había dicho a su chofer malogrado.
Ahora camina sin consuelo. Aunque cada paso lo acerca a Gala, al Ami 8.
Un elefante moribundo deja de ser un punto oscuro y se le aproxima lentamente. En este camión puede haber una posibilidad.
Quizás, Quizás, Quizás.
Soundtrack: Quizás, quizás, quizás; por Gigliola Cinquetti y el Trío Los Panchos