lunes, 27 de diciembre de 2010

Un poema para encenderse en las fiestas



el oyente espera


suena en medio de la cocina una radio
bate el parche del corazón de la noche
una música atrapasueños sin dueño
pero con inquilinos que no echan llave
a sus puertas late una frecuencia sin modulaciones
en la amplitud de la mesada con restos fósiles
de aves corraleras con la sal gruesa de un mar prehistórico
y el que escucha ausculta cada golpe sonoro
roza el pecho de cada palabra con el frío estetoscopio
de esta mano sin compañía

de pronto apaga todas las luces
para que las voces crucen el oscuro éter sin tropiezos
porque él en medio de la cocina se siente
una hornalla abierta que amenazante espera
esa chispa que encienda su corona de gas
a cambio de no envenenar el aire

domingo, 19 de diciembre de 2010

De los Portones al Arco, Cuarta entrega


Cuarta entrega:



Bolero inoportuno

«Hasta acá llegamos», había dicho Santi entre el humo. Precisamente esas eran las palabras que Juano hubiera esperado de Gala. Porque esa nota de veintitantas palabras que ella había dejado sobre la mesa no concluía nada. Tampoco prometía mucho. Algo muy lejano a la esperanza se alojaba en los últimos cuatro vocablos. «Quizás también a mí». Es más, de todas las palabras sólo una punza las sienes de Juano como una púa a un disco rayado. Quizás, Quizás, Quizás. Aunque mientras hace dedo, nunca se acordará de ese inoportuno bolero.

A veces los nombres esconden cosas de las personas. Gala se llama así sólo en parte. Su padre era maestro de primaria y jamás se pensó que el primer hijo pudiera ser una niña. Mientras la mujer hacía los trabajos de parto, barajaba nervioso en el sanatorio un manual Estrada. Veía sin leer las figuras de un caballero flaco y su grueso acompañante. Cuando la luz sobre la puerta de la nursery se encendió rosada, el maestro supo que su propio nombre no iba a continuarse. Bajó los ojos y leyó: «Miguel de Cervantes Saavedra es el más grande autor de la lengua castellana. Su obra máxima, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha». Más abajo observó. «Lo hace como novelista y dramaturgo; también como poeta. Así van apareciendo: La Galatea (1585), Las novelas ejemplares (1612)». Y más abajo comparó. «Los trabajos de Persiles y Sigismunda (póstuma, 1617)». Galatea, Sigismunda. Galatea, finalmente. Sin embargo, la niña sólo tuvo su nombre cuando con el correr de los meses el Galatea se fosilizó en el DNI y los últimos tres caracteres quedaron en la punta de la lengua de su padre y en el olvido de su madre.

En cambio, se sabe que Juano no es un nombre y, que en lugar de ocultar, muestra. La vocal final cierra este apodo y le da un equilibrio. Pero ya se ha dicho que los nombres o las personas guardan siempre algo bajo la capa. Juano verdaderamente es: Juan Orlando Salicio. Y no hay que explicar mucho sobre por qué su portador sólo tomó la primera letra del segundo apelativo, para olvidar sin piedad el aparatoso resto. Por eso cuando ellos dos se conocieron y dijeron sus nombres, en realidad se estaban intercambiando sus disfraces.

«Saludame a tu vieja, che», fue lo último que dijo Santi desde su enrevesado mundo, sin escuchar otra vez las explicaciones funerarias de su amigo. Así que mientras Juano camina hacia el este y espera que algún auto lo levante, puede verse que la cuenta es sencilla. Tres letras le faltan a Gala, una le sobra a Juano. Total, cuatro. Justo la misma cantidad que inquieta en la pérfida nota de despedida. «Quizás también a mí». Uno dos tres cuatro. Pasos de un baile solitario bajo el sol de verano.

Santi y la Torino habían sido repatriados a la ciudad por un camión remolque. Juano se vio tentado para volver. Pero recordó la promesa, recordó la sábana celeste y la cama vacía, recordó las tabletas de alcayota que acechaban desde su bolso. «Alguien me va a llevar», le había dicho a su chofer malogrado.

Ahora camina sin consuelo. Aunque cada paso lo acerca a Gala, al Ami 8.

Un elefante moribundo deja de ser un punto oscuro y se le aproxima lentamente. En este camión puede haber una posibilidad. Quizás, Quizás, Quizás.


Soundtrack: Quizás, quizás, quizás; por Gigliola Cinquetti y el Trío Los Panchos

domingo, 12 de diciembre de 2010

De los Portones al Arco, Tercera entrega


Tercera entrega:


Cartón piedra

La salida al Acceso Este no va a ser fácil. La Avenida San Martín atraviesa toda la ciudad y es por allí donde la caravana vendimial peregrina hacia el norte. El conductor de la Torino no pasa de segunda. Primera segunda freno, primera segunda freno. La aguja de la temperatura se mueve al ritmo de la decepción de Juano. Abre el bolso y ve los paquetes sin vender.

—¿Querés una tableta?
—¿Son de dulce de leche?
—No, de alcayota.
—¿Me viste cara de condenado?
—Tenés razón. El condenado soy yo.

Ahora están en los semáforos del cruce entre el Acceso Sur y el camino que llevará a Juano hacia el Arco. Santi insulta a los limpiavidrios, aunque finalmente les da unas monedas con una sonrisa. «De acá le metemos pata», dice. Se aferra al volante y calienta motores. Sin embargo, cuando todo es verde, la Torino da un relincho brioso en primera, un ahogo inmediato en segunda y continúa con una marcha discreta.

Juano mira hacia atrás y ve los carteles de gigantografía de un Peugeot de última generación. Él salta de la Torino y sube al auto cero kilómetro, tiene las llaves. Pero cuando lo quiere hacer arrancar, en vez de humo sale papel picado por el escape. La huida de Gala sólo le demuestra que ha vivido hasta entonces entre escenografías de cartón piedra, con tramoyas que se les veían los cables y con los tablados flojos. Pero sin un papel para representar. «Ahora tengo un papel», piensa. «Y la realidad».

—¿Che, extrañás el Ami? ¿Era rojo? Dice Santi.
—Siempre el mismo. Es amarillo. Y también una promesa.

Él recuerda cuando su padre decidió vender el Ami 8. Tenía en vista una rural Dogde cremita que lo volvía loco. Juano tenía diez años y con su madre hicieron un complot emocional para retener el viejo auto. Se abrazaron, lloraron, rogaron de rodillas. Sin embargo, el padre vendió implacable las idas a la pileta, las siestas comiendo mandarinas, los sueños mezclados con las películas en el autocine y la dulce amargura del maní con chocolate. Es decir, vendió sin más el Ami 8. Desde entonces, Juano le hizo una promesa a esos latones amarillos. Por eso cuando recibió una plata de la abuela como un modesto adelanto de herencia, comenzó una búsqueda frenética del auto que lo llevó hasta unos gitanos. Se acuerda y se le nubla la vista. Esas lágrimas parece que se le renuevan a Juano dentro de la Torino y ya no ve nada en la ruta.

—Hasta acá llegamos. Perdoname.
—¿Qué decís?, pregunta Juano tosiendo.
—¿No ves el humo? Encima estos cabrones de la GNC no me llenaron al mango el tubo.
—Pero recién estamos en el Puente de Hierro. No hemos hecho ni cinco kilómetros.

La montaña, la ciudad y sus luces de fantoche ya están atrás, muy atrás. Adelante, sólo quedan el llano y los oscuros ojos de Gala.


Soundtrack: Como yo te amo, de Raphael 

sábado, 4 de diciembre de 2010

El gigante blanco (anécdota para la Selecciones de Reader's Digest)


Estoy en el kiosco-almacén más antiguo del barrio. Con el tiempo se ha convertido en librería, regalería, perfumería y hasta -creo- venta de repuestos para naves espaciales.

Una señora está antes de mí y se demora en elegir unos felipes. «Me gustan tostados abajo y blanquitos arriba», dice. De pronto entra un hombre enorme. Casi dos metros de humanidad  con remera y bermudas blancas, y bien holgadas. El pelo rapado a cero, la piel morena como los pancitos de la señora. Saca de la heladera una coca grande y respeta la fila. Pero se lo ve apurado.

De reojo, miro hacia la calle y asoma el auto del grandote en doble fila. Cuando me toca, le digo a la almacenera:

-Atiéndalo al muchacho. Lleva eso solo.

El gigante albo se adelanta y dice:

-Glacias. También quiero un Malpolo.

«Qué le pasa a éste en la lengua», pienso para mí. Y la que atiende le dice:

-¿Cuánto tiene la bebé ya?
-¿Bebé? Ya tiene 4 años y se cree Celia Cruz.
-¿Cómo ha llegado a esa «conclusión» la niña? Le digo con un poco de ironía.
-Es que soy cubano.

«¡De ahí el problema con las consonantes líquidas y laterales!» me explico casi filológico. El cubano hace una pausa y nos habla con el son del Caribe en la garganta:

-Me tiene loco mi muchachita. Otros padles los retan o pegan a los chicos. Yo la alzo y la llevo bien pegadita al pecho pala que no le pase nada. Me hace reíl desde que me levanto hasta la noche.

Paga los puchos, la gaseosa y se va con una sonrisa tan gigante como su estatura.


A veces -no digo siempre- hablar con la gente te da vueltas el día como una media. Pol suelte.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Un poema para hacer la temporada



guardia industrial


tal vez exista un viento frío
que te obligue a detener el paso
cerrar los ojos como una represa
que contenga el caudal de las lágrimas
y balancearte la mirada en el espigón
filoso y artero de una pregunta

pero llevás las manos a los bolsillos
del sobretodo levás las anclas de los párpados
y un mar de chimeneas fabriles te espera
con sus bicicletas encadenadas como galeotes
de metal y caucho sus obreros de barbijo
que improvisan una comedia musical
en homenaje a michael jackson más la molienda
eterna de los carozos de durazno
que arrulla dulce a la ciudad insomne

un viento frío tal vez exista
que te obligue todavía a detener el paso
para cerrar la boca con una promesa
que retenga el caudal de las palabras
y repicarte así la lengua en la grieta
cruda y certera de otra pregunta

domingo, 21 de noviembre de 2010

De los Portones al Arco, Segunda entrega (especial)



Segunda entrega:


Carrusel


Esa noche fue oscura finalmente. Al menos entre las desdibujadas paredes del departamento de Juano. Quien mal come, mal sueña. Qué habrá soñado el que ni siquiera llevó bocado al estómago.

Él solía despertar todas las mañanas y estirar, sin ver, su mano izquierda hacia el costado. Entonces comenzaba desde la cabeza a crear a Gala. Ahuecaba la palma, tocaba los cabellos. «Largos y rojos», decía. Y se cumplía. Luego la nuca, el hombro, el seno dormido pero anhelante. Después se demoraba en el lago del ombligo y escalaba por la cintura hacia la cadera. «¿Y si la hago sin piernas para que no se vaya?» Sin embargo, una sirena también sabe cómo escaparse por aguas desconocidas.

Juano manotea esa mañana en su cama la única sábana que le queda, la estruja con fuerza como si fuera de barro y de tanta alfarería sólo aparece la figura de un sucio monigote celeste que en nada se asemeja a Gala. Arma el bolso.

—Debo salir a buscarla.

Sábado bien temprano. La ciudad se quita la resaca de la Vía Blanca para embotarse de nuevo con el Carrusel. Es lo mismo, nada más que las luces son un recuerdo inútil y se le suma la bosta de caballo de las agrupaciones tradicionalistas. El celular hace tiempo que se convirtió dentro de un cajón en una cucaracha que no quiere caminar. Sin crédito y con la batería a punto de reventar. Juano baja hasta el semipúblico del porche y llama a Santi, su amigo viajante de productos «Todo suelto».

—¿Hoy viajás para San Martín?
—¿Vas a visitar a tu mamá?, pregunta Santi.
—Mi vieja se murió cuando la caída de De la Rúa, animal.
—Perdoná. Entonces debe estar mejor la vieja. ¿Qué te pasa, Juano?
—Decime dónde nos encontramos, y te cuento.
—Buscame a las diez en Los Portones del Parque.

Otra vez, como si fuera un carro más de los festejos vendimiales, él va en el micro y resguarda con el pecho las tabletas. Sus latidos están muy cerca del dulce de alcayota. Tiene la tentación de comerse una para apagar este ayuno, aunque quisiera arrojarlas por las ventanillas como las reinas lo hacen con los racimos. Las guarda en el bolso, por ahora. Él ha recurrido a su amigo Santi porque los choferes de micro han decidido hacer paro provincial justo para esa tarde. Juano baja y camina las dos cuadras hasta Los Portones. Lo que Santi no ha tenido en cuenta es que el Carrusel parte justo desde allí.

«¿Dónde estará la Torino?» Juano busca el auto de Santi pero son tantas las cabezas que sólo ve a las reinas y su corte dando vueltas sobre botellas gigantes, toneles de Golliat y soles apagados. De pronto, en un descanso de las trompetas peronistas de El Canto a Mendoza, siente un bocinazo a lo Dukes de Hazzard. «Santi me encontró primero», piensa. Y de nuevo estalla la marcha con el listado de los departamentos mendocinos.

—Gala me dejó.
—¿Qué cosa te dejó? Las trompetas no permiten a Santi escuchar bien.
—Qué se llevó, mejor dicho. Me largó y se fue con el Ami 8.
—¿Y qué carajo querés hacer en San Martín?
—Voy hasta La Paz. Al Arco. Allí me espera con el Ami hasta el lunes.
—Qué pena. De San Martín me tengo que pegar la vuelta enseguida porque ando con la oblea del GNC vencida. Y sólo me hacen el aguante acá.
—No importa. Voy a llegar igual.
—Ah, Juano.
—¿Qué?
—Feliz cumpleaños, viejo.
—Gracias, pero fue hace dos meses.
—Ya me conocés, che.
—Dejemos de dar vueltas, y vamos que Gala me espera.

La Marcha de la Vendimia irrumpe tan frenética que no deja oír cuando Juano, entre dientes, dice «O quizá no».


Sondtrack: Sobre tu piel, de Guillermo Guido. 

miércoles, 17 de noviembre de 2010

De los Portones al Arco, Presentación y primera entrega


PRESENTACIÓN

De los Portones al Arco es una novela corta planteada como un folletín por entregas cada dos o tres semanas. Pensada para el formato blog, la historia es como una road fiction cuyana donde el protagonista se lanza a la aventura de las rutas del Este mendocino persiguiendo dos amores. Como ya saben, todo verdadero viaje es hacia adentro. Entonces, los invito a salir sin moverse de sus casas.




Primera entrega:

Dulce veneno


Esta noche promete ser una noche luminosa para Juano. Sus pocos pesos tal vez se multipliquen como peces. Le acaba de comprar a una vecina del edificio unas tabletas mendocinas. Juano odia el dulce de alcayota. Le parece que tiene unos hilos lascivos que amenazan con anudársele en la garganta, o que esas babas asesinas son las que le caían al Alien, el octavo pasajero. Pero él sabe que su boca no va a tragar ese dulce veneno.

Sale con los paquetes de tabletas bajo el brazo para el centro. El sol intenta aferrarse a los picos más altos de la cordillera. Sin embargo es inútil, la oscuridad se instala para hacerle la corte a las luces artificiales. Hoy viernes, el centro se verá asaltado por vehículos enormes que despiden luces de colores, botellazos, racimos de uva y melones. La Vía Blanca de las Reinas de la Vendimia. Juano va de pie en el micro y aplasta los paquetes contra su pecho. Tanta gente apretada le augura una multitud en la San Martín. Podrá juntar, con suerte, lo que le falta para el alquiler del departamento.

—Tabletas. Tabletas mendocinas. Tabletas de alcayottt

Pero cuando quiere nombrar el dulce, la boca de Juano hace una mueca de asco y terror como cuando a Sigourney Weaver la quería besar el extraterrestre. No hay estrategia de mercado que le permita disimular.

Cansado, llega a su casa. Decir casa es una exageración. Casas son esas que él dibujaba en la escuela; con jardín, techo rojo, dos ventanitas y una chimenea a la que siempre le salía humo. Como si un invierno se eternizara en el hogar de sus sueños. Aquí es verano aún, no hay chimeneas en este dibujo ni jardines ni tejados. Sí ventanas, pero dan hacia el muro ciego de una fábrica de conservas. Juano quiere hacer la temporada en ella cuando termine marzo. Falta mucho para eso y hay que comer todos los días. Sólo vendió una docena de tabletas a unos despistados turistas alemanes.

Mientras se terminan de dibujar los últimos trazos interiores de la cocina-comedor, el dormitorio con un ropero casi vacío y un colchón sin sábanas; un lápiz se vuelve hacia la pequeña mesa de la cocina y remarca los bordes de una hoja de papel. Es una nota. En otra hoja, una línea de puntos simula ser los pasos de Juano que se dirigen hacia la mesita. Luego, la línea correrá nerviosa para la pieza, allí hará unos rulos y zigzagueos entre el colchón y el ropero con los cajones arrasados. Querrá entrar al baño, pero todavía es un esbozo en el papel. Vuelve entonces a la habitación y se sienta en la desnuda cama. El lápiz demora un poco en delinear los ojos de Juano, no sabe si hacerlos vidriosos o enfurecidos. Opta por lo último y les hace leer por vez segunda.

«Te dejo. Necesito pensar. El auto lo vas a encontrar hasta el lunes a la medianoche en el Arco del Desaguadero. Quizás también a mí.»



Soundtrack: Atado a un sentimiento, Miguel Mateos.

Entrega 2

miércoles, 10 de noviembre de 2010

El verdulero llama (más de) dos veces


Con motivo de la elección como precandidata a los premios Oscar´s por Argentina, volvimos a hablar de Carancho en la mesa familiar de los domingos. Como siempre, se la había comprado al verdulero del barrio y la vi un sábado a la noche en mi casa. Solo la hermana y el hermano de mi mujer la habían visto. Todos coincidimos que la peli estaba potente, tenía ritmo y contaba con buenas actuaciones. Ricardo Darín es una fija.

-Un poco violenta, dijo mi cuñado.
-Mucha sangre. Demasiado para mí, aportó mi cuñada.
-No -dije sabihondo-, ¿no vieron que está toda blanco y negro para que no parezca tan sangrienta? Es una estética, resalté con seguridad.
-¡Si es a todo color!, me gritaron los dos a coro.

Resignado dije:

-¡El verdulero me lo hizo otra vez!

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Un poema para leer en una mudanza



una pena estrordinaria


pagaba en un rincón una penitencia
que no merecía muda en su hondura
tensa en su espera de cuerdas y clavijas
veíase mi guitarra dentro de la mala acústica
de un departamento vacío tras una mudanza

como el caracol mi hija había
también cambiado su caparazón sin mirar atrás
y el moisés bostezaba en el suelo
sin tener a quien dormir en su boca mullida
hasta que del cuello agarré toda la música
todas las notas cada rasguido de fogón serenata
y asado para comenzar el arrullo tenue
responsable calmo de todo padre de familia
hasta la camioneta con los demás muebles

pero la guitarra que había escuchado más los consejos
de martín fierro que los de mi madre
asomó terca su cabeza de madera
por sobre el canasto de mimbre
y la estrelló contra la primera mora híbrida
que nos salió al paso

martes, 26 de octubre de 2010

Los niños de la Antártida


Horas antes de que se realice el Censo Nacional 2010 en el territorio continental argentino, llegaron desde la Antártida los datos del relevamiento: en el continente blanco fueron censadas ayer 230 personas, entre las que hay nueve familias y 16 niños.

En el día de la fecha se conocieron extraoficialmente algunas de las preguntas que le hicieron a ese pequeño grupo de infantes:

*¿Cuál es tu juego favorito? La mancha congelada.

*¿Cuál es la última película que viste? La Era del Hielo 3. 

*¿Qué hacés habitualmente los domingos? Voy a tomar un helado. 

*¿Con qué cuento te hacen dormir tus padres? Blancanieves.


*¿Qué no puede faltar en tu merienda escolar? Un juguito congelado.

*¿Tu familia viene de Buenos Aires? Frío, frío...

viernes, 22 de octubre de 2010

La tranquilidad de una madre


«Me tenés toda la noche con el Jesús en la boca», le decía la madre a su hijo que volvía tardísimo de la bailanta. Harto, el muchacho la hizo examinar por el curandero de la esquina, y luego la llevó hasta la tele a un programa charlatán de fenómenos paranormales.

La gente del barrio construyó un altar en los labios de la madre, encendió velas en su dentadura postiza y le rezaba en procesión para que los hijos regresaran salvos antes del amanecer.

Fue un milagro tanta convocatoria. Hasta que, a los dos meses, otra vecina aseguró frente a las cámaras que había visto una calle que era «una auténtica boca de lobo». Todos corrieron a fotografiar los colmillos.

viernes, 15 de octubre de 2010

El estribillo de tu vida


No lo soñé -¡ieee-eeeeh!
Ibas corriendo a la deriva…

Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota



Dominio de algunos elegidos, el estribillo suele elevar a compositores musicales hacia cimas siderales de la fama o los hace caer en un pozo de lánguido olvido. El estribillo, esa reiteración de una pequeña estrofa en ciertos momentos de una canción que los oyentes nos empecinamos en paladear, saborear y masticar sin escupir. Como un bubbaloo infinito nos acompaña pegajosamente en algunas situaciones claves de nuestra existencia. Será por eso que hace unos años Antonio Birabent se preguntaba «¿Dónde está el estribillo de tu vida?»*

Es así. La vida –en su acontecer aparentemente lineal e ininterrumpido- tiene hitos (¿hits?) que misteriosamente pueden relacionarse con situaciones álgidas y de máxima tensión, como lo son también los estribillos de un tema. Desde niños hemos replicado hasta la inconsistencia frases que pertenecían a canciones populares. Cuando le compraban primero algo a mi hermano más grande o mis abuelos lo tomaban como ejemplo de todo; yo musitaba ese bodrio de Roque Narvaja: «Yo quería ser mayor,/ quería ser mayor…» Como también en la adolescencia cuando teníamos el «Corazón partío», siempre estaba a la vuelta de la esquina el consuelo de «El amor después del amor».

Rosendo, un músico español, dice que el estribillo: «es la parte de la vida donde todo el mundo canta y se divierte, donde todo es fácil» y por eso ha editado con cierta ironía el disco A veces cuesta llegar al estribillo. Sin embargo, hay casos en que nuestra ira se desata ante la hipocresía de un vicepresidente (por dar un inocente ejemplo), que traiciona sin más a todo un electorado y comienza a votar no positivamente cuando le conviene (sobre todo a su imagen e intereses). Aquí surgiría nuestra etapa punk donde perdemos los «estribos» (o estribillos) y en la cabeza, «perdiendo el control», nos late a mil un: «Y ahora qué pasa, ¿eh?.../ Uno, dos, ultraviolento./ Uno, dos, ultraviolento…» Y la repetición feroz nos descomprime la rabia y la frustración, para así poder seguir sin convertirnos en un Harvey Oswald del siglo XXI.

«Que, para ser comercial, a esta canción/ le falta un buen estribillo», decía la voz ronca de Sabina en un tema que repasaba sus cincuenta primaveras en este mundo. Entonces, ¿qué es lo que nos quieren vender estas insistentes frasecitas? Un vademécum, acaso, repleto de placebos que nos endulcen letales los oídos. Tal vez, pero lo que importa es que, cuando alguien te dice un par de veces: «Oye, te hacen falta vitaminas…», te das cuenta que los años no vienen solos y que «sólo se trata de vivir,/ésa es la historia…»

Más temprano que tarde nos enteramos de que son los momentos top five los que permiten afianzarnos en la cabalgata sin freno hacia el inevitable barranco. Episodios donde pudimos lograr que los demás corearan nuestras humildes hazañas y siguieran letra a letra nuestra voz. Por este motivo será que nos gusta recordar hasta lo imposible, hasta el instante futuro en que el deseo se convierte por fin en realidad y así podamos cantar: «El día que me quieras…» y seguir imaginando lo hermoso que vendrá después.

Repito, porque de esto se trata todo: «¿Dónde está el estribillo de tu vida?»




*Aclaro que este texto es una suerte de lado B de otro ensayo que escribí y publiqué hace poco en la revista El Desaguadero.

domingo, 3 de octubre de 2010

Un poema para contradecir la realidad



autonomía de vuelo

                                            Hay que ver,
                                            cuántas veces te advertí, gorrión…

                                            Rafael Pérez Botija, en Fruta verde



acaso no te dije es que cada mañana
levanto la mesa de la noche anterior
un autómata que registra sin ver la cera fría del plato
los cubiertos inútiles las ojeras pardas de la lechuga
y el vaso que se eleva como una torre sin princesa
con un solitario dragón adentro

es que en las mañanas acaso no te dije
las migas trazan sobre el mantel rojo
las huellas del pan de cada día el rastro
de un mapa descascarado los pasos sin dar
del chato milagro que divide y no multiplica

por eso cada mañana doblo ese rectángulo
de sangre para de la tela sacudir los restos
de una cena que perdió en el baile de tu silla vacía
así las cortezas vuelan bajo hasta hundirse
en el barro de la cuneta

sin embargo esta mañana acaso no te lo dije
el mantel se convirtió sobre mis hombros en una capa
y fui un rey destronado perdido entre los autos
las ambulancias los ladridos un súperman doméstico
con el pecho a prueba de baladas freddie mercury decolorado
con las raíces negras por la desidia
que alza su puño y desafina «somebody to love»

aunque una rápida traición de la cabeza me trasladó
hacia el áspero castellano «alguien para amar» sí
«alguien a quien amar»

no te lo dije acaso pero es que cada mañana
me cuesta cada vez más ser un superhéroe


                                                                              para rubén valle y su poesía

domingo, 26 de septiembre de 2010

Más clarín, echale agua


Atravieso en bicicleta una de las calles más largas de la ciudad. Serán unos 2 kilómetros. En el camino cuento unas 25 camionetas 4x4 estacionadas y otras 15 me habrán pasado rozando el codo.

El lector desprevenido pensará que vivo en San Francisco, con calles empinadas que exigen una tracción más potente de los vehículos, o que hay que atravesar guadales inaccesibles, que los pozos, tal vez, son la misma boca del infierno. Para nada. La Ciudadeseo tiene apenas un metro de pendiente en su extensión, la carpeta asfáltica cubre -con algún que otro bache, hay que decirlo- todo el casco céntrico y lo más insondable que puede salirnos al paso es un perro furioso y medio suicida.

¿Qué sucede, entonces, para que en plena urbe los conductores necesiten tan poderosos vehículos? Clavo los frenos, me acerco a una de las ventanillas de una hi lux y leo en una calco un poco despegada ya: "Estamos con el campo".

¡Qué mal pensado fui! Si esta honrada gente es del campo y necesita la doble tracción para recorrer esas huellas inhóspistas. Ahora entiendo todo: ellos están con el campo.

lunes, 13 de septiembre de 2010

La nave de cartón



La caja del viejo televisor de mi abuela, con las tapas abiertas como alas, hacía las veces de nave espacial intergaláctica. O bien podía ser una cápsula que se cerraba al vacío para los viajes sin rumbo por las estrellas. Siempre las comunicaciones con la base terrestre fallaban. A veces, el roce de la cola de un cometa me hacía dar vueltas por toda la cochera hasta dar contra el portón.

Juan verifica que todos los controles estén calibrados para el descenso. La nave que comanda despide hacia abajo unos chorros de humo gris que la hacen flotar con suavidad hasta tocar la corteza. Éste, sin dudas, es el planeta que siempre ha querido visitar.

Mi abuela me observaba. No quería que saliera lastimado de mis excursiones. Ella era un satélite atento con esa voz que se parecía a una luz intermitente en la noche. Enviaba mensajes cortos pero definitivos.

Juan pisa sin sentir el suelo. La atmósfera es un cartón que no le permite respirar bien. Su abuela le había dicho que el día que saliera de la Tierra la empezara a buscar como se busca un recuerdo. Juan nota que el volumen de oxígeno en el aire es escaso.

Estaba solo hacía mucho rato. Años luz para el niño asustado que yo era. Seguía adentro y nadie me llamaba. La cápsula había mutado de pronto en una marchita caja de un toshiba. Intenté hallar con los radares mal dibujados la voz de mi abuela en los límites de la cochera y el comedor. Nada.

Un poco antes de perder el conocimiento, Juan sintió en ese extraño pero deseado planeta, una voz que le decía «Vamos. Es hora de tomar la leche».

viernes, 3 de septiembre de 2010

Curiosas rimas en mi bliblioteca


Miro con apatía hacia mi biblioteca. Precisamente donde están los españoles. Me doy cuenta que el azar –con astucia y picardía- había ordenado tres libros para que yo me divirtiera. ¿De qué forma? Incliné mi cabeza hacia la izquierda y leí en los lomos idénticos de la colección GOLU sendos libros de Bécquer, Calderón y Cervantes: “Rimas”-“La vida es sueño”-“El celoso extremeño”. Una rima consonante de disposición gemela para unos ojos atentos (y algo tontos también) anunciadas por el título. Así que me puse a buscar otras rimas curiosas en mi biblioteca:

Los santos inocentes
Luna caliente


Saverio el cruel
La invención de Morel


Los conjurados
Visión del ahogado


El Amor
Poeta en Nueva York


Pendejos
Espejos



Contame, ¿cómo andan las rimas de tu biblioteca?

viernes, 27 de agosto de 2010

Un poema para ser colgado



eslabón de lujo


un niño ayuda a su padre a tender la ropa
juntos hacen una cadena efímera de manos y palabras
el niño pregunta y el padre cuelga las dudas
las aprisiona con los broches para que no se vuelen
para que sea más fácil luego plancharlas
pero el niño se queda solo en el patio eleva la cara
contra el sol así las gotas de las respuestas
golpean una a una en su cabeza esa piedra llena de poros
olvido y caricias húmedas de cien por ciento algodón
como si una fina lluvia en mangas de camisa
viniera a revelarle un deseo que ya conocía

y la piedra bajo un efecto de erosión inusitada
se abre para siempre

jueves, 19 de agosto de 2010

La máquina de hacer pasado


El presente se adelgaza más y más…
Marcela Basch

Mi vida es un flash. Cada movimiento lo capturo sin pensar y lo miro inmediatamente en el lcd de la pantallita. Mi cámara digital es la que viaja, la que baila, la que besa. Si ella no congela esas imágenes, la memoria de mi cuerpo apenas las registra. Mi presente cada vez se parece más a un hilo que pasa sin puntería por la aguja de mis emociones. Todo lo convierto en un ancho pretérito. Todo ya es pasado. «Yo fuiste aquel que hoy nomás decía», me digo -me dije- en este fugaz canto de vida y desesperanza.

sábado, 7 de agosto de 2010

Vianda terror delivery


La mañana es un cubo de hielo que todos vamos picando con la punta de los zapatos. ¿Qué querés, que en invierno haga calor? Me dice el carnicero. Le sonrío con el bigote lleno de escarcha y me voy con la bolsita colgando de uno de mis ateridos índices. En el camino, veo un 504 marrón estacionado frente a la casa de mi padre: el repartidor de la viandas.

Me acerco como para saludar y es inevitable comentar sobre el frío, la helada, los grados bajo cero, el peligro del monóxido, la hipotermia. Entonces, con la bandeja de los zapallitos rellenos aún en la mano, el repartidor nos larga -sin aviso- esta historia a mi viejo y a mí:

El auto del terror
«Mi barrio quedaba por las vías, donde pasa el canal matriz. No sé si por el lugar, o porque hace 20 años los inviernos eran más crudos, pero el frío era un tema serio allí. La cuestión es que siempre andaba un linyera que todos conocíamos de la canchita cerca del cañaveral. Una mañana lo descubrieron todo congelado y sin respirar, aunque había tratado de abrigarse con unos cartones y trapos. Entre los del barrio pagaron el sepelio y dicen que los de la cochería tuvieron que cagarle a combazos las piernas agarrotadas para que entrara en el cajón (cuando dijo esto, mi bolsa se volvió cenizas). Después fuimos con los chicos al velorio. Te acercabas al ataúd, estirabas la mano sobre el cadáver y sentías a 15 centímetros el frío que todavía le salía. Ah, buen provecho (aquí, los zapallitos explotaron)».

Así, el repartidor nos esboza una sonrisa gélida, cobra y parte en el peugeot; mientras con mi papá nos quedamos temblando, pero de otra cosa.

miércoles, 28 de julio de 2010

Detector de metales y mentiras


Así como se habla con un desconocido en el micro sobre el tiempo meteorológico, porque la incomodidad del silencio se nos vuelve intolerable en la garganta; así me referiré a las cucharas: con la furia abúlica de quien busca en la nada.

En el temible prefacio de uno de sus libros, Truman Capote se despacha con la siguiente frase: «Luego, un día, empecé a escribir sin saber que me había condenado, de por vida, a un amo noble y despiadado». ¿Qué sucede, entonces, cuando nos damos cuenta de que la escritura es una «música para camaleones»? ¿Que todo lo que experimentamos es el backstage y los protagonistas nos dan vuelta la cara? Por eso abro el cajón de la mesada: las cucharas grandes de mango plástico azul esperan revolverme este caldo desabrido, el cucharón negro me informa que es capaz de resistir 410 grados fahrenheit y su orgullo se hunde en el guiso de las palabras de un libro -Bradbury mediante- que soporta 41 grados más. Rancho aparte hacen las cucharitas en el organizador de cubiertos. Hermanas menores que, a pesar de su brevedad, son tan medidas para endulzar el café, tan tímidas en su corralito infantil esperando siempre la hora del postre. Me llama la atención un grupo de alpaca de origen alemán: firmes, en fila y serviciales en su orfebrería de rubias trenzas. Ajena, una cuchara distinta a todas practica torpes pasos de salsa y quiere negar lo que es: una bailarina «de madera».

Entonces, como Lope de Vega en el soneto a Violante, me doy cuenta de que ya tengo un buen trecho caminado en este ensayo de fiebre que no quiere salir al escenario. Soy esas bandas de garaje que se creen los Rolling Stones sin haber asomado la nariz de la guitarra a la calle.

Cierro, por tanto, el cajón. Cierro la excusa de cucharear contra el frasco de la nada y avanzo guiado por mi mano a la biblioteca hasta los Eclipses y fulgores de Olga Orozco frente a un plato de sopa. Abro sin azar: «Ahora que no hay nadie/ pienso que las cucharas quizá se hicieron remos para llegar muy lejos...»

Cuando la vida no pincha ni corta, cuando sólo nos está permitido tomar una porción mezquina de la realidad para «quemar la piedra» de nuestra locura imaginativa; se vuelve necesario activar todas las alarmas, detectar el metal de las mentiras y emprender -veloz como un latigazo- el tan bello como lacerante viaje de escribir literatura. Ya lo dijo hasta el célebre García Márquez: «porque un buen escritor seguirá escribiendo de todas maneras aun con los zapatos rotos, y aunque sus libros no se vendan...»

miércoles, 21 de julio de 2010

Se supo: la culpa es de los otros

Messi-Musso

Hablar del asombroso parecido entre la estrella futbolística del Barcelona, Lionel Messi, con el actor y cantante que surgió en Hannah Montana, Mitchel Musso, es una obviedad.

Lo que aquí se quiere denunciar es la continuación del complot histórico de EE.UU contra Argentina. Como en un cuento de Fontanarrosa donde un espía norteamericano le revelaba a un turista argentino que la gran potencia desde siempre nos vigila, porque nos envidia el talento (le terminaba preguntado: ¿Por qué Ud. cree que Maradona sólo pudo ser echado de un Mundial en EE.UU.?). Entonces, quiero poner sobre el tapete esta verdad luego de finalizada la Copa 2010:

a) Es llamativo el guiño de la rima fácil y consonante "Lionel-Mitchel".

b)Es casi indisimulable el descaro de la similitud de los apellidos "Messi-Musso".

c)¿Debo repetir que los rostros y los peinados cuasi-flogger son idénticos por completo?

Reitero, por lo tanto, la pregunta del millón: ¿Por qué Messi no rinde fabulosamente en la cancha con la Selección como lo hace en el Barcelona?

Está cantado: cual "Principe y Mendigo", Lionel y Mitchel son obligados por la CIA a intercambiar sus personalidades. Así el pobre cantante yanqui no ve una en los partidos, boya triste en un deporte que no entiende (como el idioma que apenas conoce) y no mete ni un gol, cuando su gemelo argentino emboca más de 40 goles por temporada en el fútbol europeo.

De las performances del futbolista como cantante pop no tengo más noticias que fue atrapado haciendo playback en un recital, pero quién está libre de ese pecado.

No hay pista de fondo posible para gambetear a cuatro y clavarla en el ángulo.

jueves, 15 de julio de 2010

Un poema para no desaparecer




primera antropofagia



uno a uno hasta completar los diez
arrasa en sus dedos con la tijera
lo poco que le queda de salvaje

años de evolución cosmética hicieron falta
para domesticar un filo primal las uñas saltan
de su mano por los aires sin mirar atrás
las uñas ha pensado provocan tajos
en las dimensiones de la luz
y portan una porción de tierra
de este lado del planeta hacia el azar

por eso este sujeto identificado y civil
busca barrer su faena busca el orden
de un destino prefijado pero las uñas
no asoman sobre la alfombra ni bajo la mesita ratona
las uñas no le pertenecen ya
son las primeras muescas de un cuerpo
que empieza a desaparecer

de algún modo este motivo
justificaría la tosca costumbre
que tienen algunos de comerse
como un caníbal en la ciudad las propias uñas

miércoles, 30 de junio de 2010

Suárez y la leyenda de las cosas perdidas



La lógica lo permite. Por eso un día, Suárez comenzó a encontrarse con todo lo que alguna vez había perdido. Al principio, cosas sin importancia como unas bolitas japonesas, las llaves de su primer auto, un magiclick gastado. Luego, las botellas que había consumido, los amigos de la infancia, las novias de la adolescencia.

El control remoto lo seguía como un perrito faldero, las monedas de cinco centavos se le abultaban en los bolsillos hasta no dejarlo caminar. Suárez se mudó a casas cada vez más grandes. Compró vastos baúles sin llaves, para no tener que extraviarlas y recuperarlas después. Modificó su rostro con dolorosas operaciones, pero los viejos amores y las amistades de antaño se las ingeniaban para cruzarse en su camino. Las acusaciones de poligamia, de latrocinio y de avaricia ya no cabían en su museo ambulante y personal.

Cansado de haberse convertido en un agujero negro donde ninguna partícula material, ni siquiera los fotones de luz podían escaparse; Suárez estiró la mano, buscó sin titubear en cualquiera de los cajones de un armario y sacó un revólver para llevarlo hasta su frente. Disparó. Nada. El arma no estaba cargada. Rastreó las balas por sus habitaciones con una sonrisa irónica. Nada otra vez.

A las cuatro horas de revisar hasta debajo de las baldosas, Suárez se dio cuenta de que estaba curado, libre de su magnetismo impiadoso. Sintió nostalgia por un breve instante. Ahora le quedaba recuperar solamente la sorpresa de los pasos perdidos de su antigua vida entregada al azar.

lunes, 21 de junio de 2010

Fahrenheit 451 (o cómo festejar el día del libro)



Martes 15. Día del Libro. Me invitan de una escuela primaria para que los alum-nos de séptimo me hagan una entrevista. Si el libro tiene su día, el año –pienso- es un libro ajado y cada jornada es una hoja que vamos pasando, pero sin regreso.

Entro a una sala que parece la preceptoría o la secretaría, no sé. La escuela es un caos alegre, ya que las maestras han decidido hacer actividades extraordinarias al pizarrón y la tiza: el escritor invitado (o sea, yo)/ dramatizaciones de cuentos clásicos (Los tres chanchitos, La Caperucita roja, entre otros)/ ronda de cuentos y canciones.

Hago banco con un grupo de padres. De lejos se siente monótona la Oración a la Bandera. De pronto, una de las madres eleva un libro sobre su cabeza y lo deja caer ruidosamente sobre un escritorio de lata y le dice a un padre:

-¿Podés creer que tengo que dejar de hacer las cosas de mi casa para venir a leerle un cuento a mi hijo?
-A éstas se les ocurren cada cosas. Y eso que mi mujer da Lengua, dice el hombre.
-La verdad –contesta la madre desencajada- que los libros sirven para prender el fuego del asado. Todos los años los apilo, y nada.
-Sí, y para – entonces se detuvo. En ese momento mis orejas estaban a 451 grados fahrenheit-. No, tenés razón. Sólo sirven para encender el asado.

Si el libro tiene su día, ese martes fue una hoja arrancada. ¡Un aplauso para el asador!

domingo, 13 de junio de 2010

Milonga de Pereyra




Traiga cuentos el teclado
de cuando en Google buscaba
cantos del pop y de Abba,
de auriculares y un cíber;
éste es otro Boca y River
que empieza cuando se acaba.

Venga la historia de ser
un treintañero sin dueño
que arruga sin fe su ceño
frente a un monitor, un mouse
y como en un vals de Strauss
busca en videos un sueño.

Velay, además, la historia
de catorce adolescentes
que juegan en red sus mentes,
sus oídos e ilusiones;
y disparan a montones
un tiroteo inconsciente.

Suele hasta un blogger perder
la paciencia en este viaje
virtual, sin un equipaje
que ayude en esta contienda,
y desde el acné comprenda
un quinceañero sin traje.

Cuando este guapo Pereyra,
cansado del “no” sin “sí”
miraba a Julie Delpy
cantando al atardecer,
le gritaron sin temer:
"callate vo’ no existí".

Con demora y sin apuro
el guapo presionó pausa,
mas ser suicida con causa
no abulta la valentía
pensó: "la con… de tu tía,
el que se va, se encauza".

Así conté la verdad
veloz como un microbit
que sin la onda de David
hiere sin piedra a Goliat.


En la persona de Sergio, para todos mis amigos escritores que acuden a un monitor como una brújula. Feliz día y sigan escribiendo.

sábado, 29 de mayo de 2010

La felicidad en alquiler



Todo pasa porque la gente no tiene sentido del humor. Aparece un concurso de belleza para monjas en Europa y, en lugar de tomárselo como una broma novedosa, la gente se encona con vehemencia contra los organizadores, piden que excomulguen a las participantes y marchan inquisidoramente hacia el Vaticano para solicitar justicia divina. ¿Pero qué les sucede? ¿Soy yo, o es que nadie quiere ser feliz?

«Felicidad no tienes dueño…» decía una vieja canción. Es cierto, pero al menos lo que podemos hacer los simples mortales es alquilársela a los que saben dónde se esconde. Un ejemplo es la tolerancia. La persona que se escandaliza porque el vecino adolescente se peina el flequillo para un costado, tiene un piercing en la lengua y escucha música dark, no puede amargarse porque la «juventud está perdida». Ese es un tipo de infelicidad ilegal. Nadie tiene derecho a entristecerse porque el otro es feliz siendo como es.

Otro portero del conventillo de la felicidad sería, como dije al principio, el humor. Saber reírse de uno mismo y de las cosas que no tienen carácter de gravedad es la llave de la habitación donde la alegría nos espera con un mate listo y siempre dulce. Un chiste certero sirve para romper el hielo ante desconocidos, una buena broma distiende un clima tenso entre el empleado y su jefe, o, cuánto mejor es levantarse con una sonrisa luego de un tropiezo en la vereda. Los demás corren a ayudarnos y todos vuelven a sus hogares con el íntimo secreto de que la felicidad puede salir hasta debajo de una baldosa.

Ya lo dijo el director de cine Woody Allen, «estar entretenido semeja como nada la felicidad…». Por eso, amigos de las preocupaciones, es hora de ocuparse de la felicidad: la propia y la de los que nos rodean. Eso nos mantendrá siempre en una movilidad festiva y solidaria; entonces cuando queramos detenernos, una rueda de aplausos, risas y buena onda nos empujará para adelante, siempre adelante.

martes, 18 de mayo de 2010

Poema para leer a cinco metros de altura


botánica profana


cuando decidiste cruzar la calle
para treparte al tilo más alto de la plaza
una vecina se apoyó en su escoba
y chancleteó sobre la basura este pensamiento
salido de una botánica profana «el que busca
tranquilizarse con tecitos junta mierda adentro»

ahora por ese motivo un recuerdo
suspende en el aire como si fuera un colibrí
tu cosecha y si es cierto
que su corazón alado late tan rápido
que parece un zumbido tu sangre antigua
es un torrente sin freno
que te golpea con furia el pecho que se abre
hacia un niño y su desobediencia cerril
hacia los caracoles de una sopa fría hacia
todas las palabras ramificadas y unidas a una promesa

tus ojos ahora reverdecidos vuelven la mirada
hacia las terrazas ajenas la ropa tendida
que chorrea dudas los cables que parcelan las nubes
y tus pies cuelgan de una horqueta tan lejos del suelo
para decirte «vos de aquí no te bajás más»



para el barón rampante

jueves, 6 de mayo de 2010

La rebelión de los oscuros



A poco de empezar la crisis energética, los tecnosabios descubrieron que podía extraerse electricidad del dolor y las penas de la gente. Una usina melodramática permitiría seguir viéndonos por las noches el rostro en los espejos solitarios.

Sin embargo, la unión de dos bocas en la sombra hacía apagar las heladeras. El regreso de un hijo descarriado cegaba en el acto tres manzanas de la ciudad. Hasta que un apagón general aterrorizó a la Compañía Doloeléctrica. Un ejército, entonces, salió a cantar patéticos boleros a los balcones, a empujar cartas de despedida bajo las puertas, a vocear noticias de un apocalipsis inminente por las esquinas. Ni a los inútiles faroles lograron conmover.

Cuando de repente, una luz de esperanza llegó al comité directivo. La rebelión de los oscuros sería aplastada. Pero al brindar por la idea fue tanta la alegría, que la última de las afligidas lámparas se extinguió para siempre.

miércoles, 28 de abril de 2010

Acertijodeseo 2

¡Adivine la única diferencia!



Los dos cuadernillos pertenecen a un programa de alfabetización, declarado de interés educativo por la Secretaría de Educación.
La imagen de la izquierda es de la 1° edición de agosto de 2007 y la de la derecha es de la 2° edición de abril de 2009.

Una ayudita con este acercamiento (o haga click para ver mejor):


¿Puede ser que en dos años un grupo de poderosos con muy poca "nobleza" hayan olvidado tan rápido lo que verdaderamente importa?


martes, 20 de abril de 2010

El domingo, los huevos


Lo sabés: es un Sábado de Gloria. Bah, por el simple hecho de que ayer fue Viernes Santo. Entonces te encontrás en la cola del súper que acepta tarjetas de débito. Te estás recuperando de la dura «vigilia» de no poder comprar por 24 horas.

Mirás hacia adelante y un matrimonio cincuentón empuja un carro que desborda kilos de carne depostada, gaseosas de envases enormes y botellas de vino que no alcanzás a reconocer. Una verdadera orgía con rueditas.

Encima de todo, una pequeña e inocente bandeja con una docena de facturas de manteca es la frutilla de ningún postre a solo $9,40.-

-Son $900.-; escuchás que dice la cajera. Pero que al debitar con la tarjeta, hay una promo de descuento del 15% más la devolución del 5% del I.V.A.; por lo tanto comprendés que el matrimonio tiene que pagar solamente unos $800 y chirolas.

Con el tícket en la mano y los lentes a la altura de la punta de la nariz, la mujer dice a toda voz: «¡Me has cobrado las facturas a $9,90! ¿Ahora quién me devuelve mis 50 centavos?» Mientras el marido envuelve con nylon los clavos y la cruz de su vergüenza, ves cómo la señora grande deja con la respuesta en la boca a la cajera y se dirige furiosa al sector «Reclamos y devoluciones».

La gloria sea para los que resisten.

martes, 13 de abril de 2010

Romance de la locura




que por caso era en abril
cuando nace la emoción
cuando la lengua se cansa
de tanto apagar la voz
cuando todos son muy cuerdos
para patear el balón
cuando un llanto azul y oro
demora tanto el «recor»
a no ser por este loco
que me cantaba «gol gol»
que ni sé cuándo es de boca
ni cuándo la selección
con la pierna a dos veinte
me electrizó el corazón

domingo, 4 de abril de 2010

Señal que ladramos



Me acuerdo que acababa de salir Libertinaje de la Bersuit, porque cuando fui a visitar a mi amigo estudiante de Filosofía a su nuevo departamento de universitario puso –como si el cd le quemara las manos- el revulsivo Sr. Cobranza. Aún la voz del Pelado Cordera nos resonaba en la cabeza cuando empezamos a recorrer el exiguo departamento: «Voy a la cocina, luego al comedor/ miro la revista y el televisor…» A los 5 minutos nos sentamos a discutir los beneficios de vivir cerca de la facultad, de la incomodidad del bañito, de cómo se iba a turnar con la hermana para estudiar en la pieza, de lo difícil de la situación. La conversación iba para largo, cuando de repente mi amigo soltó: «Y, el hombre es un animal de costumbres». Entonces, un silencio de gelatina nos tapó la boca.

Si bien las frases célebres y populares esconden alguna verdad, al mismo tiempo fosilizan posibilidades de diálogo, cercenan en seco aristas argumentativas, múltiples discusiones que pueden enriquecer puntos de vista se ven interrumpidos por una «sabiduría milenaria» de barrio. Como le pasó a mi hermano en la playa. Se sabe que las vacaciones dan una tentadora impunidad para criticar a los eventuales vecinos de sombrilla o de carpa. Pues cuando mi hermano más grande empezó a mofarse del tatuaje de Pepe Biondi en el hombro del bañero, de la tanga cavada de una abuela y de que si la recién casada tenía las tetas operadas; entonces, su mujer le asestó: «Dejalos, ¿y si son felices?». Fin de la sacada de cuero. Es sabido, «los hemanos mayores deben dar el ejemplo».

Sin embargo, las frases hechas traen algo más bajo su aparente poncho simpático y ocurrente: La soberbia. Hace poco escuché que una característica de los argentinos que más llama la atención a los extranjeros es que siempre anteponemos un «no» a cada respuesta; como también en lugar de decir «no estoy de acuerdo», sentenciamos todo con un «estás equivocado». Mucho tango ha corrido por debajo del puente y «el que no llora no mama», me dirá algún avivado.

Es que todos queremos tener la razón, o al menos, ser los que ríen últimos. No por nada Susan Sontag, en un potente ensayo sobre Roland Barthes, avisa con temeridad: «La naturaleza del pensamiento aforístico consiste en estar siempre en un estado de conclusión: el intento de tener la última palabra es inherente a toda construcción de frases poderosas». Por lo tanto, las frases populares son armas, cargadas de malicia y arrogancia, que aniquilan lo interesante de un debate que quizá –gracias al cruce de miradas- nos hubiera acercado a una certeza más pluralista. ¿Será por eso que la frase célebre del Quijote más repetida en la calle es apócrifa?

Así que, muy atentos todos aquellos que se relamen autoritariamente al cerrar discusiones con frases fáciles y masticadas. Tienen el poder y lo van a perder.

sábado, 27 de marzo de 2010

Sombras de la poesía



Nadie se va del todo cuando sale de su casa. Por eso es que este mediodía, una ventana sobre una Hondita Dax casi me lleva por delante. Por suerte, yo venía con la puerta de par en par y pasó a mil hasta mi patio, donde una parra apenas se defiende de la furia de la tarde.

Ahora sé que al volver, voy a estar obligado a mirar por los vidrios de esa ventana intrusa al ocaso como una herida que sangra.

La poesía obvia no deja de perseguirme.

martes, 23 de marzo de 2010

Acertijodeseo 1


¿A qué hacen referencia
estas imágenes y por qué?



Cada tanto iré dando más pistas hasta que lo descubran ustedes o hasta el domingo 28 que lo diga yo. ¿El premio? ¡Sorpresa!
***

Tenemos una ganadora: ¡Paula Seufferheld!

Si quieren saber la respuesta, busquen en sus comentarios.

Aquí va uno de los merecidísimos "premios"

domingo, 14 de marzo de 2010

Un poema «magistral»




ingeniería de control


mientras lava los platos
los apila como si fuera un constructor
vasos tazas de café ollas y cuchillos
de un acero que resiste el óxido
la rutina y las uñas de la virulana

toda una noche en castigo bajo el agua
aplaca la espuma de la cerveza en los bordes
la grasa abominable de los fondos cucharas
cucharitas devuelven contra la bacha
una percusión involuntaria que alerta «no hay
tragedia que no empiece por casa»
y el último tenedor es una antena
de una ciudad futurista bajo la lluvia
en la que advierte se dejaría habitar pero
se vuelve hacia la ventana hacia la sequía del presente
se vuelve porque mañana le espera
nada más que el riesgo de las altas cuotas
de un lavavajilla automático

sábado, 6 de marzo de 2010

El verdulero llama dos veces



En este mundo de las muchas necesidades y los mil oficios, la unión impensada de rubros se impone. Hace unos meses entré a la verdulería de la calle principal del barrio y vi –junto a los cajones de tomates y unos zapallitos coreanos- que se elevaba una estantería con algunos canastos. ¿Qué tenían adentro? La innumerable fila de sobres transparentes y fotocopias color con música y películas piratas. Mis dedos recorrieron las hileras con la desconfianza con que se elige la palta. Pagué la verdura y me fui.

Al poco tiempo, un televisor pantalla plana con un DVD encaramado reproducían a todo volumen la última de “Rápido & Furioso”. El sonido y la calidad eran pasables así que me animé y compré un combo de “5 en 1” con los últimos estrenos infantiles: “La Era del Hielo 3”, “Shrek tercero”, “Up” entre otras. Del total se veían bien dos, y las otras habían sido tomadas en vivo en el cine y no bajadas de la web. “¿Qué querés por 5 mangos?”, me dijo mi mujer. Pero yo le expliqué que los mangos estaban carísimos y que nos conformáramos nomás con unas naranjas ombligo.

Durante este verano, el negocio fue creciendo. Con desfachatez en la puerta de calle, una pizarra se apoya con las novedades en cine y música prendidas con un alfiler. Lo llamativo son algunas versiones. La gran película de Tim Robbins “Sueños de libertad” es, entre la lechuga morada y los rabanitos, “Cadena perpetua”. Los actores de la nueva versión de “Viaje a las estrellas” parecen tener una “papa” en la boca por su acento gallego.

El otro día sentí que el verdulero me llamaba con su bella voz del Altiplano: “Tengo la de Tarantino que me pediste”. Cuando me la pasó, en vez de ser “Bastardos sin gloria”, en la portada decía “Malditos bastardos”. Se la hice probar en el reproductor. Sonido ambiente de sala, pulso trémulo de la cámara capturadora y subtítulos en ruso. Cuando acercamos el oído a la pantalla, Brad Pitt vociferaba en el idioma de Lenin y Kaspárov. “Todo mal”, le dije. Con una sonrisa amable de dientes de ajo me contestó: “¡Qué querés! Te aviso de nuevo cuando me llegue la versión buena”.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Última parada: Plaza Cortázar


Cuando me subís al micro quiere que lo sentamos en filas separadas. Primera. Segunda. Tercera. Pero un singular grito nos vuelvo un puño cerrado: «al fondo hay lugar». Llorás un pibe, cantamos esa vieja un bolero, temed yo una mano indebida. Hasta que algunos tocaste el timbre y las primeras personas bajan al frío de la plaza con los brazos estirados al tope para que nadie los abracemos.

domingo, 14 de febrero de 2010

De la jota a la ese


Yo. Fueron 10 años los que tensaron el arco entre la primera vez que vi al cantante de Jaén en el Gran Rex de Mendoza y ayer, sábado 13 de febrero, en el Estadio Malvinas Argentinas. En el nada apocalíptico año 2000, Joaquín Sabina rodaba con la inolvidable gira Nos sobran los motivos, ya que su formato acústico le había permitido recalar en teatros pequeños de provincia. Fueron 10 años, entonces, donde mucha tinta sonora había pasado por debajo del puente y llevaban a mis pies hasta el oráculo urbano y decadente de Vinagre y rosas.

Mí. Al comienzo de los ’90, la poesía de Sabina se había inmiscuido entre algodones a mis oídos, merced a la hermosa versión de Juan Carlos Baglietto de “Eclipse de mar”. Recuerdo que un día llegué a mi curso y un compañero estaba ultraconcentrado y copiaba de una 13/20 con una bic en la mano la letra de la canción. “Ah, la de Baglietto”, le dije. “Sí, pero la escribió un español: Joaquín Sabina”. Para un adolescente que comenzaba a sacarle punta a sus inquietudes literarias esto fue como un rayo en medio de la negra noche: “Hoy dijo la radio que han hallado/ muerto al niño que yo fui…”. Y como suele pasar luego de un relámpago esclarecedor, el trueno de la temible voz del andaluz estremeció el pabellón de mis estructuras mentales. ¿Qué significaba “y nos dieron las diez”? ¿Por qué anhelaba ser una “chica almodóvar”? ¿Un desencuentro amoroso podía tranformarse en un “tratado de impaciencia” numerado?¿Cuánto había de “física y química” en las “mentiras piadosas”? Para mentiras, las de la realidad; pensaba mi confundida cabeza.

Me. Poco tiempo después, toda la pretendida música alternativa -con los grititos de Adrián Dárgelos y el chicano for export de los Illya Kuryaki a la vanguardia- logró aturdirme lo suficiente hasta que me olvidé casi por completo del autor de El hombre del traje gris. Experimenté con la morbosidad de una señora de barrio los dimes y diretes de la lucha de egos que tuvo con Fito Páez, después de la grabación de Enemigos íntimos. Pero lo que no sabía es que había caído en la trampa. “Llueve sobre mojado” había comenzado a sonar en las f.m. y otra vez esa poética contranatura de Sabina que amenazaba con su confusión oximorónica: “Adán y Eva no se adaptan al frío,/ llueve sobre mojado…” Para más adelante fusilar: “Cuando se acuestan la razón y el deseo,/ llueve sobre mojado”. Cuando conseguí el disco y lo escuché de principio a fin, el masazo fue feroz. Frases posmodernas e ironía en dosis letales, nostalgia sin edulcorantes, contrapuntos impadiosos de dos farsantes simpáticos. Tangos, valses, mucho rock y baladas. Todo rimado en forma consonante con mi corazón. La intimidad en pugna de unos enemigos que, casi sin darse cuenta, crearon el unicornio más esquivo de la discografía rockera nacional.

Contigo. Una noche de fin de siglo estaba sentado en las escalinatas de una lomitería radioactiva. Mientras esperaba el sánguche completo, dos parlantes escoltaban la puerta y sin aviso me escupieron “Lo nuestro duró/ lo que duran dos peces de hielo/ en un güisqui on the rocks…”. Paré las orejas y antes de que terminara el verborrágico estribillo ya me estaba literalmente cagando de la risa solo. Qué falta de respeto, qué atropello a la razón. “Ahora que” abre 19 días y 500 noches para sólo dar cuenta de que la anáfora tiene una opción delirante y sincopada para que aprendan los fatuos Arjona y Calamaro. A partir de ahí, todo fue Joaquín Sabina. De la jota a la ese, como él mismo logra compararse con un perfecto Judas. Luego vinieron la cirrosis, la sobredosis, los sonetos, las fallas cerebro-vasculares, los hiatos en la voz y ese cedé inmenso y provocativo Dímelo en la calle, más el oscuro pero hondo Alivio de luto. La voz: un papel de lija que borra cualquier arista medianera. La letras: poesía en estado de desesperación y lucidez sin escalas. La música: el talón de Aquiles de Sabina, pero que siempre sale airosa cuando se conjuga con las dos anteriores. Por eso es que, cuando ya estábamos volviendo del recital, se me ocurrió en medio de la autopista lúgubre que Joaquín Sabina me ha seguido en la mayoría de las decisiones que he tomado en esta década. La “mala compañía” de sus versos me ha susurrado otra manera de ver la realidad, con un domicilio al pie del abismo. Como un tío, tan pícaro y tan amargo, que me dio el revés de los consejos que mi papá; un Silvio Astier que se hizo rockero cansado de esperar la fama. Por eso ahora es que deseo brindar a la mala salud de hierro de su poética, donde uno y uno siempre sumarán tres.