miércoles, 23 de noviembre de 2016

Un poema sin reverso




el día literal



luego de un régimen fascista
o de los otros qué importa
la poesía ha sido por fin borrada del mapa
además de los poetas por supuesto 

es decir trato de imaginar un futuro
donde la palabra sea eso la palabra
y nada más un largo día literal
preciso sin desviaciones del tipo
«la tarde está muriendo» y la jornada
termina sin las brasas de un hogar humilde
como quería falsear machado

la tarde de este modo se acaba sí
cerca de las veinte horas en castilla
al final del otoño y el hombre
mira triste el camino triste
como la princesa que ha perdido
el teclado de la computadora
que ha perdido el color del lenguaje
y con labios encendidos articula una cosa
en silencio mientras sus manos
redactan otra muy distinta diáfana

porque un porvenir de tinta sin reverso
ni metáfora merecerá luces donde haya luces
manchas y traición donde traición y manchas
alguien se atreva a escribir


HERNÁN SCHILLAGI



Menciones

«Campo», de Antonio Machado.
«Sonatina», de Rubén Darío












jueves, 10 de noviembre de 2016

Unas palabras sueltas


Aunque hace años que nadie la usa, antes teníamos una frase para cuando uno estaba diciendo algo que rumbeaba para el lado de los vegetales, más precisamente, de los tomates: «¿Te escuchaste hablar, vos?». Pues bien, desde que los teléfonos ostentan esa función de enviar un «audio», es decir, un mensaje de voz en lugar de escribir un texto breve (¡cuánta pereza!); sucede que la desconfianza se nota en cada envío. No tanto en el cifrado del mensaje, sino en el modo en que es ejecutado, ya que uno presiona con cierta fe virtual sobre el ícono del micrófono, profiere la parrafada y lo «suelta» con un grado de alevosa temeridad. En instantes nos enteramos de que el destinatario ya lo recibió y se dispone a escuchar eso que es un mínimo cadáver -fresco y arrepentido- del lenguaje. Por lo tanto, un nuevo trastorno algo compulsivo ha empezado a rondar por mis obsesiones: luego de enviar un mensaje de voz, «me» lo escucho de punta a punta. Iba a decir «lo escucho de nuevo», pero no es así. Porque cuando lo estuve lanzando al mundo de la telefonía celular, como esas cápsulas espaciales que llevan un anuncio de nuestra existencia humana y universal, en ningún momento me detuve para oír mis palabras. Otra vez la frase: «¿Te escuchaste hablar, vos?». De este modo es que ahora aprieto «play» con algo de pavor y repaso el fatídico mensaje, su gramática trunca, sus reiteraciones evitables, además de la dudas en la curva tonal: «De tu voz tiritando en la cinta del contestador...», vaticinaba con precisión poética Joaquín Sabina; para luego escribirlo mentalmente, puntuarlo en el aire y devolverle, inútilmente, la gracia sintáctica que nunca tuvo ni quiso tener. Debería escuchar -y leer- con más atención lo que digo.
 

HERNÁN SCHILLAGI

sábado, 5 de noviembre de 2016

El momento Slash



 

            Parece una obviedad decirlo, pero el remate de un poema es fundamental. No solo porque es la confirmación de que el texto se dirigía hacia un lugar y no la desabrida suma de versos (imágenes, metáforas, comparaciones); sino que también, al leerlo en público golpea al oyente, y esa descarga eléctrica es la verdadera punta de lanza para atravesar el esquivo y distraído corazón (u oído, bah) del que escucha. El problema es que algunos lo olvidan. «¿Pero qué pasa en el punto en que el poema acaba?», se pregunta Giorgio Agamben en «El final del poema», para más adelante decir: «El poema así revela el objetivo de su altiva estrategia: dejar que el lenguaje finalmente se comunique a sí mismo, sin que quede inexpresado en lo que es dicho…». Pienso en el haiku, esa forma japonesa de tres versos, nada más. Es el remate hecho poema: «De no estar tú / demasiado enorme / sería el bosque»; el poeta Issa, en un único gesto, empieza y concluye uno de sus más conocidos haikus. ¿Habrá que garabatearlos un tiempo con la secreta misión de aprender a rematar una larga tirada? Así y todo, cualquier poema de mayor extensión -un soneto, por caso- se dirige siempre al verso final del último terceto, aunque sabemos que es el silencio contra el que se va a despedazar estrepitosamente. ¿Esa línea postrera tenemos que escribirla o leerla, entonces, del mismo modo? El poeta Hugo Padeletti nos avisa en una entrevista: «Yo tengo una tendencia hacia las formas cerradas. Tengo cierta dificultad para valorar debidamente a poetas que se inclinan por tender un hilo que nunca termina, que nunca se cierra…». Descarga eléctrica sugería al principio sobre los finales: «el momento Slash», le suelo llamar también; porque es como cuando el violero de los Guns N’ Roses, en el video de «November rain», sale de una capilla con su melena irredenta, atrás ha dejado una celebración que quizá no lo incluía del todo (sabemos que la poesía nunca va a estar invitada a los grandes festejos) y literalmente asesina la vastedad de un desierto con el mejor solo de guitarra jamás escuchado en la historia. Finalmente de eso se trata: nadie de la fiesta lo ha oído, pero a todos les será imposible olvidarlo. Ya remataba Bernárdez como los dioses: «Porque después de todo he comprendido / por lo que el árbol tiene de florido / vive de lo que tiene sepultado».


HERNÁN SCHILLAGI


Menciones


-Agamben, Giorgio. «El final del poema. Estudios de poética y literatura», Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2016.
-Issa. «Jaikus, poemas breves japoneses», Mondadori, Madrid, 1998.

-Padeletti, Hugo, en revista Ñ de Clarín, http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/Hugo_Padeletti-osadia-poeta_0_1303669642.html
-Bernárdez, Francisco Luis. «Si para recobrar los recobrado...», en «Cielo de tierra», 1937.