jueves, 30 de abril de 2015

Un poema de robot



el vigilante




vas a acercar tus dedos hasta que hagan contacto
y en esa pequeña jaula se agitará todo un mundo
cada chispa será un tajo a la noche
hasta que las descargas eléctricas te abran la oscuridad

el recuerdo llega como un cable que se desborda
de luz y de frío una alta tensión entre las sombras
dos polos cegados que se conectan
el recuerdo llega y es un golpe de hierro
contra el yunque inmóvil del olvido
el recuerdo así llega para avisarte «podrás seguirlo
en todos sus pasos tendrás su boca y su silencio
verás los mismos amaneceres plateados
pero no podrás soñar»

entonces un aceite espeso se arrastra triste
por tu cuerpo sin piel y vas a acercar tus dedos
de metal pero no habrá plegaria solo habrá
la certeza de estar siempre despierto

HERNÁN SCHILLAGI

del libro "Ciencia ficción" (2014)

sábado, 25 de abril de 2015

El lector rajado



            Ya está, soy un adicto. Me siento compulsivamente atraído por las noticias del estilo «10 actores que arruinaron su carrera por trabajar con animales», o «7 secretos escabrosos sobre tus series favoritas». Nunca puedo ignorarlas. Mi mano lleva el cursor y hace click con la velocidad de una raya en el espejo. La curiosidad pop es más fuerte que la lectura densa, es decir, contextualizada, atenta a lo implícito y profundizada (¡ah, Sarlo!).

            Por lo tanto, estoy rajado como lector. Partido, sí, casi hasta la trituración por textos tan mal escritos y deshilachados como divertidos y alucinógenos. (Mientras escribo esto, una ventana me avisa sobre 12 estrellas infantiles que estuvieron en la cárcel). El ácido de la instantaneidad divagante en «modo ránking» nos sustrae (y corroe) con la excusa de la indiscreción. Año y años de zápping. Rajado, decía, porque también uno como lector se da a la fuga, no se compromete ni con cinco líneas seguidas de un texto. Por más que esté en primer plano un cuento de Borges o un poema de Gelman, siempre la notificación alocada es un portal que promete nuevas dimensiones o viajes extraordinarios bajo cataratas de nombres arruinados, además de reveladoras  fotografías.

            Cuando Juan Salvo, en la historieta El Eternauta, se entera de que la nieve que cae sorpresivamente sobre Buenos Aires resulta ser letal al contacto con la piel, se calza una escafandra y sale a pelear a la calle contra alienígenas sin rostro. El aislamiento forzado lo vuelve, sin contradicciones, en un héroe colectivo. ¿Cómo abstraerme, entonces, de estos flashes sugestivos para hacerle frente a una lectura vigilante y sin interrupciones? (¡Uy, 9 personajes muertos por culpa de sus actores!). ¿De qué modo encontrar, por tanto, una torpe heroicidad que me lleve a dar el «ejemplo» ante los alumnos y mi hija? Pareciera que internet es un veneno que huele  el miedo y las dudas. Nuestra migración hacia lo digital no nos ha creado los anticuerpos necesarios ante las distracciones. Así la vista se nos rompe, al menos, en dos tiempos mezquinos donde no podemos sentirnos cómodos en ningún lugar. Lo confieso: siempre vuelvo defraudado de estas dosis lisérgicas de noticias fatuas. «La literatura necesita lectores indomesticables, para que ella misma lo sea en un futuro que traerá una civilización totalmente distinta…», decía José Saramago mientras se preguntaba si leer y escribir irá a interesarle a la humanidad en unos años.

            ¿Seremos capaces de soportar la abstinencia frente a un único texto monocromo e inmóvil? Como tampoco, señores, podemos seguir siendo llevados tan dócilmente de las narices por el color de los espejos centelleantes de la tecnología. Quebrada y desertora, la percepción visual se nos ha transformado. La nevada mortífera sigue cayendo y se acumula en informaciones que no necesitamos, pero que se han convertido en inevitables. Habrá que empezar a hacerse cargo de las adicciones y partir hacia la intemperie de los textos, aunque el camino sea aburrido y la recompensa llegue tarde. Lo interesante siempre cuesta vida. 

HERNÁN SCHILLAGI