Ellos son dos
autómatas y se abrazan. Tienen la orden de hacer bullir el aceite de su sangre
para que los mecanismos internos funcionen a la perfección. De pronto, el ojo
telescópico de él visualiza a un insecto alado en la nalga de acero de su
torneada co-equiper sexual.
Identifica las pintitas blancas del mosquito y sin dudarlo, por una piadosa
sanidad, cachetea el culo de ella. El sonido, tan dulce de perverso, los
despierta y los vuelve humanos.
HERNÁN SCHILLAGI
del libro de relatos El dragón pregunta.