martes, 27 de noviembre de 2012

Tiene un poema sin leer







una llamada perdida


apagar el día como si fuera posible
un paréntesis entre los lazos que te unen
con el mundo exterior al finalizar
cada jornada sin embargo
con el pulgar sobre el teléfono
abrís el sueño para que las luces y los sonidos
que comandan tu cerebro agitado
clausuren los ojos los oídos y la garganta
ante la sorpresa y el sobresalto

es en cada amanecer por eso que apretás
con fuerza el teclado para recuperar la noche
como si fuera posible entonces
una llamada perdida en el registro
de tu tranquila conciencia viene a testificar
un pedido de auxilio una voz
que atravesó negra la ciudad
hasta tu refugio tan sin respuestas
como sin ninguna salida


HERNÁN SCHILLAGI

sábado, 17 de noviembre de 2012

Pesada cadena de favores



        

Se lo escuché decir de refilón el lunes pasado en el micro a un hombre de unos 45 años: «Sabés que se lo voy a agradecer toda la vida...». Entonces pensé: «Pobre, allí va un nuevo esclavo». Porque -pregunto-, ¿es necesario extender la gratitud hasta los límites de la usura y la extorsión? Ya en la época de los romanos, Virgilio fustigaba a los demás con: «Mientras el río corra, los montes hagan sombra y en el cielo haya estrellas, debe durar la memoria del beneficio recibido en la mente del hombre agradecido».


Mi madre me dijo hace tiempo en una pelea: «No seás desagradecido. La tía te ayudó muchísimo en tu casamiento» Y sí, era verdad, pero yo en su momento, allá por el 2000 (aunque estaba medio borracho, juro que me acuerdo), la abracé a mi tía, le zampé un sonoro beso y le di las merecidas gracias. Punto.

 

 Pero no. De ahora en más debo agradecer, retribuir y remunerar hasta mi último aliento los favores obtenidos, de ella y de otros. Mi libertad está mensurada por la ayuda recibida, y ¡ojo! no alcanza con devolverlo con el famoso «favor con favor se paga», que hemos escuchado decir en la calle; porque todos saben que la balanza de las gratitudes siempre se inclina hacia el lado de la culpa. Como nos quiere hacer reflexionar esa espantosa película Pay it forward, que aquí se tituló Cadena de favores. Allí aparecía el pibito de El sexto sentido, Haley Joel Osment, que se proponía mejorar el mundo ayudando a tres personas en algo que no podrían lograr por sí mismas, pero con la condición de que una de ellas repitiera la fatídica e interminable «cadena». Así le fue. Al final de la peli lo terminan amasijando unos matones desalmados. Osment tendría que haber reformulado la frase por la que se lo recuerda hasta el día de hoy: «Veo gente muerta… y desagradecida».

 

 Nos pasamos confundiendo, además,  gratitud con deuda moral. Estar agradecido, entonces, sería una experiencia a corto plazo, y más que positiva. Recibir un desinteresado favor de una persona que apenas conocemos, puede ser el comienzo de una hermosa amistad (¡ah, Casablanca!). Pero solo eso, el puntapié inicial para empezar a forjar una confianza que se extienda en el tiempo, y no una cicatriz en medio de la frente que duela y se ponga roja cuando haya humedad. En un inolvidable gesto de incorrección política, el francés Diderot decía enciclopédicamente: «El agradecimiento es una carga, y todos tienden a librarse de ella». Como también quedará en la memoria -Youtube mediante- esa frase aplanadora de Gustavo Cerati en la despedida de Soda Stereo en 1997 y que no dejó dudas (ni deudas): «Gracias totales». Y no nos pidan nada más, habrá pensado el cantante.

 

Borges tuvo que padecer la ceguera para luego llegar a la patética conclusión de que debía agradecerle a Dios los irónicos dones de «los libros y la noche», ya que había estado abrasado por la fiebre de la lectura desde niño y ahora se encontraba tan director de la Biblioteca Nacional como no vidente. Es cierto, no se puede tener todo en la vida. Como tampoco me convence la idea de andar agradeciendo como un perdulario a lo Oliverio Girondo que sabía vociferar con acidez: «Muchas gracias al humo/ a los microbios,/ al despertar/ al cuerno/ a la belleza,/ a la esponja/ a la duda…». Y si de situaciones literarias hablamos, me quedo con el capitán Nemo en La isla misteriosa (Julio Verne) que socorría con víveres y herramientas a unos náufragos, mientras se ocultaba en el fondo del mar sin pedir nada a cambio.

 

Que no hay nada peor que ser un desagradecido. Que olvidar una ayuda nos deposita en el círculo más oscuro y tortuoso del infierno. Que no hay tiento que no se corte ni deuda que no se pague. Frases hipócritas y paralizantes de nuestra sociedad temerosa donde siempre, como en una sutil cadena, caerán pesados los eslabones del reproche y uno pensará sin remedio posible: «es que le estoy eterna y condenadamente agradecido». 

 

 

HERNÁN SCHILLAGI

jueves, 8 de noviembre de 2012

Un tanka a la intemperie





precipitaciones aisladas


he descubierto
ayer tu nombre escrito
en la ventana
ahora me doy cuenta
la última lluvia juntos



de La oscuridad de los ciruelos (inédito) 



HERNÁN SCHILLAGI