miércoles, 6 de junio de 2012

La última cuenta regresiva




            Hace muchos años, cuando tenía nueve, pasaron en uno de los canales mendocinos una película que le restó varios meses a mi niñez. Era verano y estaba solo. Seguramente, mi familia había salido luego de la cena, como acostumbraban,  a tomar el fresco con sus sillas plegadizas bajo un cielo estrellado de provincia. No recuerdo nada, ni los actores ni el director y mucho menos el nombre de la peli. Sí, obvio, era de la factoría yanqui donde todo puede suceder por unos cuantos millones (probablemente haya sido la que protagonizó Rock Hudson). Pero hubo una escena que me sobrecogió el corazón. Era una pareja (él se veía bastante mayor que ella) que miraba en la oscuridad del firmamento un planeta verde azulado (yo pensé que ellos observaban desde la Luna), y de fondo se sentía un largo y amenazante conteo regresivo. Cuando la neutra voz dijo «Diez, nueve, ocho...», los dos se abrazaron fuertemente «...uno, cero.» El verde del planeta se convirtió en rojo y amarillo. Una explosión sorda refulgió en el cielo y cegó a todas las estrellas. La chica comenzó a llorar. Y no me acuerdo más.

            Tiempo después, como en el ‘89, llegó de manos de mi maestra de séptimo, uno de los capítulos de Crónicas marcianas de Ray Bradbury. El título rezaba: «Noviembre de 2005. Los observadores». El fragmento hablaba de unos pocos colonos que estaban hacía unos tres años en Marte y con sus sillas plegadizas salían a «observar» el espectáculo. Finalmente la Tierra, luego de una de sus tantas guerras, estallaba y ardía muda en el espacio. Los colonos seguían todo por radio y extendían inútilmente sus manos como para apagar el incendio. Lo último que se vio que atravesaba los millones de kilómetros entre un planeta y otro era la onda sonora que decía: «VUELVAN, VUELVAN.» Mi cabeza preadolescente hizo una red de conexiones con el pasado, pero un cable quedó tendido hacia un no tan lejano futuro.

            Luego pasaron los dieciséis años de existencia que nos daba el viejo Ray: «Noviembre de 2005». Ahora pienso: ¿Escuchamos ese mes, realmente, la explosión? ¿O nos quedamos sentados en una silla plegadiza, con la cara al suelo y no al cielo como aquella vez? Acaso, como lo hicieron los de mi familia, miramos absortos sin entender y dejamos que pasara el tiempo. Ciegos frente a las llamas que quemaban la memoria de los libros, sordos ante un dragón que se nos venía encima, mudos por sentir el ruido de un trueno. Bradbury mostró como nadie hasta dónde los humanos somos capaces de conocer nuestros límites para así poder traspasarlos. Lo hizo desde la mejor poesía con que se puede narrar una historia de ciencia ficción, ya que la poesía es el verdadero lugar donde todo es posible.

            Si en este momento miramos la suela de nuestros zapatos, estoy seguro de que tenemos una mariposa muerta que no deberíamos haber pisado.

 

para Ray Bradbury (1920-2012)

 

 

HERNÁN SCHILLAGI

2 comentarios:

Marisa Perez Alonso dijo...

Yo siempre me pregunto qué significado tendría en mi vida la mariposa muerta. Qué torpeza individual nos lleva a toda una humanidad a explotar de ese modo.

Mi cielo estrellado hoy cuenta con un fulgo más.
Cariños.

Hernán Schillagi dijo...

Marisa: gracias por tus aladas preguntas. Sí, el famoso efecto mariposa a dónde nos llevará. Al menos, Bradbury nos avisó.