Octava entrega:
Cruzando el río
Dentro de la oscuridad suelen verse las cosas más claras. Juano siente que su rumbo sigue firme. Gala lo dejó, se llevó en un único gesto sus dos amores para dejarlo en la completa soledad del baúl de un auto. La respiración se le hace difícil, porque lo metieron a presión con todo lo robado. Relojes, ropa, pulseras unos canapés de aceituna, un par de centros de mesa y unos triples de miga. Pronto los canapés sufrirán una sensible baja.
De pronto, el Chevy disminuye la velocidad y Juano percibe cómo el vehículo se inclina a los saltos. «Debemos estar bajando por una calle de tierra», alcanza a deducir. Y se traga a los apurones dos triples juntos. El miedo lo hace sentirse hermético en la caja negra del baúl y poco a poco nota que está en una cápsula espacial con destino a las estrellas más lejanas; o hasta la Luna, al menos
Por una escotilla que se abre presionando un botón secreto, puede observar la espesura del cosmos en su plenitud. Así, encerrado al vacío y a miles de años luz de Los Portones del Parque, Juano piensa que el olvido es una posibilidad y se siente feliz. De los Portones al Arco o, mejor dicho, De la tierra a la Luna. Pero de repente, un cometa de cola larga trae una luz que lo enceguece, y, cuando abre los ojos, un cinturón de estrellas ha dibujado, sin aviso, la sonrisa de Gala.
El Chevy se detiene y los de adentro abren las puertas.
—Bajate, pelotudo. Y un culatazo alcanza de refilón la cabeza de Juano.
Confundido, salta del baúl y tiene la boca bordeada de mayonesa y crema de aceituna. El golpe de la pistola no lo durmió, sin embargo está mareado. Entonces empieza a girar y ve los borrones de una costa, el salitre que enciende la tierra, más allá unas cortaderas altas, y el río. El río marrón como una víbora de barro. «Debo estar en San Roque o Palmira», y en esa duda Juano da un último giro y cae sentado al suelo.
Desde abajo, se frota los ojos y mira cómo la novia ya no tiene el vestido blanco. Ahora calza un jean negro, una polera roja ajustada y se ha atado el pelo con un colín blanco. Al principio, Juano cree que ella está recostada sobre el hombro de uno de los asaltantes porque no puede mantenerse en pie del susto. Pero lo que no logra explicarse es por qué cuando le falta el aire lo toma de la boca del ladrón. La farsa vuelve a representarse ante Juan Orlando Salicio y escucha.
—Cuando dijiste «Camacho» casi me muero.
—Pero salió todo bien, mi amor.
—Lástima este choto que se nos metió de prepo.
—Y, se ofreció él solito. Si no agarrábamos viaje se iban a dar cuenta.
—Nos vamos por el norte hasta San Juan. Cuando se calmen los ánimos, volvemos.
Juano escuchó esto último con terror. Un desvío así podía significarle la pérdida de todo. Y el Ami sólo lo esperaba al pie del Arco hasta el lunes.
—Sacate le ropa.
—¿Cómo dijo, señor?
—Dale, tarado. Sacate los lompas y metete al río que hasta acá llegaste.
Lentamente obedece y camina hacia la orilla mientras se saca las topper. De pronto comienza una carrera alocada por las cortaderas haciendo zigzag para esquivar las balas que no escucha por los golpes de su corazón agitado. Toma vuelo y se lanza de cabeza al agua. Comienza a bracear pero una de sus rodillas choca con una piedra que lo detiene por el dolor. En ese momento se da cuenta que el agua no le llega ni a la cintura. Mira para atrás y nadie lo persigue.
Al rato siente que el motor del Chevy negro ruge contra el silencio y se aleja. Aunque sabe que, a pesar de que los falsos ladrones lo han abandonado, el peligro de perderlo todo se encuentra todavía al acecho más allá de las cortaderas.
Soundtrack: Mis harapos, por Antonio Tormo.