sábado, 22 de octubre de 2011

Etimología del derrumbe



En más de una ocasión hemos escuchado alguna de estas frases ante un episodio trágico o irreparable: «Lo vivo como una desgracia», o, «La desgracia nos ha alcanzado irremediablemente». Sin embargo, este carácter exagerado de un hecho negativo tiene un germen, un momento seminal donde lo patético actúa como el puntapié inicial.

Si la salida de un laberinto supone una voluntad de hierro, respuestas audaces ante los cambios bruscos y las sorpresas desagradables; algunos han ensayado -no sin ironía filosófica- que de los laberintos mejor se sale por arriba. ¿Será por eso que cuando vimos a uno de nuestros últimos presidentes escaparse de los conflictos sociales y económicos a bordo de un helicóptero, sentimos que la desgracia se nos había instalado para siempre?

Otro caso que mantuvo en un hilo el aliento de todo el mundo mediático fue el de los mineros en Chile. Treinta tres tipos sepultados en vida -alusiones religiosas abstenerse- por la voracidad capitalista y el desprecio a la integridad física de los trabajadores. Ríos contaminados de tinta amarilla corrieron para poder explicar la desgracia y la desesperación. «Rescate épico», «Causa nacional»,
«Unidad del pueblo» se estamparon como graffitis en las paredes subterráneas de la vergüenza humana. Porque lo que nadie se animaba a proferir era que diez minutos antes del derrumbe poco importaban las condiciones de higiene y seguridad de los «33 héroes». La sonrisa de crema dental del presidente trasandino se apostaba sobre la cápsula de evacuación para intentar, paradójicamente, opacar con su brillo la verdadera fotografía del desastre.

Todavía suena en los ringtones maliciosos de algún hincha de Boca ese grito
fanático, desgarrador y mamarracho de: «¡Estamos en la B, nooo!». River Plate, «Tu grato nombre», rezaba su himno fundacional. Los autoapodados «millonarios» y adalides del «fútbol champán» supieron mirar por sobre el hombro al resto de los «pobres» equipos del campeonato de primera durante más de un siglo. Treinta y tres campeonatos -como los mineros- los colocaban en la cima local. «Ustedes nos odian, nosotros les tenemos asco», sabían gritarle a su otrora y bostiento primo de la ribera. Hasta que un fatal día, la gallina de los huevos albirrojos empezó a ser saqueada, desplumada en su elegancia y donaire. Así, todos los «humildes» repararon en su vuelo bajo y le perdieron el respeto, la pusieron en «promoción» y se hicieron un pletórico puchero en la olla más popular que se haya visto (y comido) jamás. Algo se había roto para siempre.

Entonces, cuál es la raíz de estos tres botones pegados a una desaliñada camisa. La mala suerte, dirán. Me permito dudar, ya que la fortuna supone un hecho externo, malhadado, ajeno a nuestras pretensiones y anhelos. ¡Como si la desgracia nos cayera encima en forma de piano o cornisa! Aquí la etimología nos guarda una obvia revelación. La ensayista Ivonne Bordelois descorre el velo: «En el mundo de la palabra existen leyes y magias ineludibles. Una de ellas es el poder de enhebrarnos, a través del estudio etimológico, en esas genealogías que brillan en las cavernas como gotas deslizándose en las paredes de una gruta inacabable…» Por tanto, desgracia: pérdida de gracia o favor. Sí, amigos. El desgraciado no es solamente al que se le esfumó la felicidad o extravió su estrella; desgraciado es aquel a quien, poco a poco, se le fue escapando el encanto. Una fuga imperceptible de los mohínes que lo distinguían y lo hacían espléndido, hasta que las brujas de la tragedia le cantaron el nocaut. Quizá, Charly García (cuerpo emblemático de la des-gracia) ya lo avisoraba en una de sus canciones: «Quisiera ver ese mar/y veo esta pared/yo ya no sé qué hacer…»

Por lo tanto, tenemos a De la Rúa entregándole el destino económico al padre de la bestia convertible, Domingo Cavallo, para luego marearse en un set de televisión y confundir nombres hasta el bochorno. Sebastián Piñera, el de la sonrisa imperturbable en las buenas, tanto como el del gesto desencajado y represor ante las manifestaciones juveniles por una educación gratuita y de calidad. Por último, River Plate, que se subió solito al tobogán irrefrenable del descenso, negó su origen portuario y marginal, mezquinó el buen juego, despilfarró laureles y cayó en las amargas profundidades del fútbol pseudoamateur.

Mi madre me decía siempre que no hay que mofarse de las desgracias ajenas. Pero en estas tres situaciones -y en otras más, seguramente-, ha sido la falta de gracia la que posibilitó el derrumbe. Hay que decirlo y avisarlo a quien no quiera oír. Como también lo sospechó el genio de Oscar Wilde: «El hombre puede soportar las desgracias que son accidentales y llegan desde fuera. Pero sufrir por propias culpas, esa es la pesadilla de la vida».

jueves, 13 de octubre de 2011

Peter Pum





Crecer es el límite. El cuerpo de los adultos se agiganta solo para que le entre más basura. No deseo para mí un hogar, como la traidora de Wendy. Aprieto el gatillo. Pum.

Era la última cebita. Ahora me queda aprender a caminar entre tanta gente sin alas.