Segunda entrega:
Carrusel
Esa noche fue oscura finalmente. Al menos entre las desdibujadas paredes del departamento de Juano. Quien mal come, mal sueña. Qué habrá soñado el que ni siquiera llevó bocado al estómago.
Él solía despertar todas las mañanas y estirar, sin ver, su mano izquierda hacia el costado. Entonces comenzaba desde la cabeza a crear a Gala. Ahuecaba la palma, tocaba los cabellos. «Largos y rojos», decía. Y se cumplía. Luego la nuca, el hombro, el seno dormido pero anhelante. Después se demoraba en el lago del ombligo y escalaba por la cintura hacia la cadera. «¿Y si la hago sin piernas para que no se vaya?» Sin embargo, una sirena también sabe cómo escaparse por aguas desconocidas.
Juano manotea esa mañana en su cama la única sábana que le queda, la estruja con fuerza como si fuera de barro y de tanta alfarería sólo aparece la figura de un sucio monigote celeste que en nada se asemeja a Gala. Arma el bolso.
—Debo salir a buscarla.
Sábado bien temprano. La ciudad se quita la resaca de la Vía Blanca para embotarse de nuevo con el Carrusel. Es lo mismo, nada más que las luces son un recuerdo inútil y se le suma la bosta de caballo de las agrupaciones tradicionalistas. El celular hace tiempo que se convirtió dentro de un cajón en una cucaracha que no quiere caminar. Sin crédito y con la batería a punto de reventar. Juano baja hasta el semipúblico del porche y llama a Santi, su amigo viajante de productos «Todo suelto».
—¿Hoy viajás para San Martín?
—¿Vas a visitar a tu mamá?, pregunta Santi.
—Mi vieja se murió cuando la caída de De la Rúa, animal.
—Perdoná. Entonces debe estar mejor la vieja. ¿Qué te pasa, Juano?
—Decime dónde nos encontramos, y te cuento.
—Buscame a las diez en Los Portones del Parque.
Otra vez, como si fuera un carro más de los festejos vendimiales, él va en el micro y resguarda con el pecho las tabletas. Sus latidos están muy cerca del dulce de alcayota. Tiene la tentación de comerse una para apagar este ayuno, aunque quisiera arrojarlas por las ventanillas como las reinas lo hacen con los racimos. Las guarda en el bolso, por ahora. Él ha recurrido a su amigo Santi porque los choferes de micro han decidido hacer paro provincial justo para esa tarde. Juano baja y camina las dos cuadras hasta Los Portones. Lo que Santi no ha tenido en cuenta es que el Carrusel parte justo desde allí.
«¿Dónde estará la Torino?» Juano busca el auto de Santi pero son tantas las cabezas que sólo ve a las reinas y su corte dando vueltas sobre botellas gigantes, toneles de Golliat y soles apagados. De pronto, en un descanso de las trompetas peronistas de
El Canto a Mendoza, siente un bocinazo a lo Dukes de Hazzard. «Santi me encontró primero», piensa. Y de nuevo estalla la marcha con el listado de los departamentos mendocinos.
—Gala me dejó.
—¿Qué cosa te dejó? Las trompetas no permiten a Santi escuchar bien.
—Qué se llevó, mejor dicho. Me largó y se fue con el Ami 8.
—¿Y qué carajo querés hacer en San Martín?
—Voy hasta La Paz. Al Arco. Allí me espera con el Ami hasta el lunes.
—Qué pena. De San Martín me tengo que pegar la vuelta enseguida porque ando con la oblea del GNC vencida. Y sólo me hacen el aguante acá.
—No importa. Voy a llegar igual.
—Ah, Juano.
—¿Qué?
—Feliz cumpleaños, viejo.
—Gracias, pero fue hace dos meses.
—Ya me conocés, che.
—Dejemos de dar vueltas, y vamos que Gala me espera.
La Marcha de la Vendimia irrumpe tan frenética que no deja oír cuando Juano, entre dientes, dice «O quizá no».
Sondtrack: Sobre tu piel, de Guillermo Guido.