miércoles, 24 de febrero de 2010

Última parada: Plaza Cortázar


Cuando me subís al micro quiere que lo sentamos en filas separadas. Primera. Segunda. Tercera. Pero un singular grito nos vuelvo un puño cerrado: «al fondo hay lugar». Llorás un pibe, cantamos esa vieja un bolero, temed yo una mano indebida. Hasta que algunos tocaste el timbre y las primeras personas bajan al frío de la plaza con los brazos estirados al tope para que nadie los abracemos.

domingo, 14 de febrero de 2010

De la jota a la ese


Yo. Fueron 10 años los que tensaron el arco entre la primera vez que vi al cantante de Jaén en el Gran Rex de Mendoza y ayer, sábado 13 de febrero, en el Estadio Malvinas Argentinas. En el nada apocalíptico año 2000, Joaquín Sabina rodaba con la inolvidable gira Nos sobran los motivos, ya que su formato acústico le había permitido recalar en teatros pequeños de provincia. Fueron 10 años, entonces, donde mucha tinta sonora había pasado por debajo del puente y llevaban a mis pies hasta el oráculo urbano y decadente de Vinagre y rosas.

Mí. Al comienzo de los ’90, la poesía de Sabina se había inmiscuido entre algodones a mis oídos, merced a la hermosa versión de Juan Carlos Baglietto de “Eclipse de mar”. Recuerdo que un día llegué a mi curso y un compañero estaba ultraconcentrado y copiaba de una 13/20 con una bic en la mano la letra de la canción. “Ah, la de Baglietto”, le dije. “Sí, pero la escribió un español: Joaquín Sabina”. Para un adolescente que comenzaba a sacarle punta a sus inquietudes literarias esto fue como un rayo en medio de la negra noche: “Hoy dijo la radio que han hallado/ muerto al niño que yo fui…”. Y como suele pasar luego de un relámpago esclarecedor, el trueno de la temible voz del andaluz estremeció el pabellón de mis estructuras mentales. ¿Qué significaba “y nos dieron las diez”? ¿Por qué anhelaba ser una “chica almodóvar”? ¿Un desencuentro amoroso podía tranformarse en un “tratado de impaciencia” numerado?¿Cuánto había de “física y química” en las “mentiras piadosas”? Para mentiras, las de la realidad; pensaba mi confundida cabeza.

Me. Poco tiempo después, toda la pretendida música alternativa -con los grititos de Adrián Dárgelos y el chicano for export de los Illya Kuryaki a la vanguardia- logró aturdirme lo suficiente hasta que me olvidé casi por completo del autor de El hombre del traje gris. Experimenté con la morbosidad de una señora de barrio los dimes y diretes de la lucha de egos que tuvo con Fito Páez, después de la grabación de Enemigos íntimos. Pero lo que no sabía es que había caído en la trampa. “Llueve sobre mojado” había comenzado a sonar en las f.m. y otra vez esa poética contranatura de Sabina que amenazaba con su confusión oximorónica: “Adán y Eva no se adaptan al frío,/ llueve sobre mojado…” Para más adelante fusilar: “Cuando se acuestan la razón y el deseo,/ llueve sobre mojado”. Cuando conseguí el disco y lo escuché de principio a fin, el masazo fue feroz. Frases posmodernas e ironía en dosis letales, nostalgia sin edulcorantes, contrapuntos impadiosos de dos farsantes simpáticos. Tangos, valses, mucho rock y baladas. Todo rimado en forma consonante con mi corazón. La intimidad en pugna de unos enemigos que, casi sin darse cuenta, crearon el unicornio más esquivo de la discografía rockera nacional.

Contigo. Una noche de fin de siglo estaba sentado en las escalinatas de una lomitería radioactiva. Mientras esperaba el sánguche completo, dos parlantes escoltaban la puerta y sin aviso me escupieron “Lo nuestro duró/ lo que duran dos peces de hielo/ en un güisqui on the rocks…”. Paré las orejas y antes de que terminara el verborrágico estribillo ya me estaba literalmente cagando de la risa solo. Qué falta de respeto, qué atropello a la razón. “Ahora que” abre 19 días y 500 noches para sólo dar cuenta de que la anáfora tiene una opción delirante y sincopada para que aprendan los fatuos Arjona y Calamaro. A partir de ahí, todo fue Joaquín Sabina. De la jota a la ese, como él mismo logra compararse con un perfecto Judas. Luego vinieron la cirrosis, la sobredosis, los sonetos, las fallas cerebro-vasculares, los hiatos en la voz y ese cedé inmenso y provocativo Dímelo en la calle, más el oscuro pero hondo Alivio de luto. La voz: un papel de lija que borra cualquier arista medianera. La letras: poesía en estado de desesperación y lucidez sin escalas. La música: el talón de Aquiles de Sabina, pero que siempre sale airosa cuando se conjuga con las dos anteriores. Por eso es que, cuando ya estábamos volviendo del recital, se me ocurrió en medio de la autopista lúgubre que Joaquín Sabina me ha seguido en la mayoría de las decisiones que he tomado en esta década. La “mala compañía” de sus versos me ha susurrado otra manera de ver la realidad, con un domicilio al pie del abismo. Como un tío, tan pícaro y tan amargo, que me dio el revés de los consejos que mi papá; un Silvio Astier que se hizo rockero cansado de esperar la fama. Por eso ahora es que deseo brindar a la mala salud de hierro de su poética, donde uno y uno siempre sumarán tres.

viernes, 5 de febrero de 2010

El rumbo de las noches de verano




rosa de los vientos



quisiera trasladarme como todo el mundo
con una orientación fija
sólo la circulación de mi sangre permite
que la velocidad haga entrar por la caladura
de mis sandalias el poco viento de las noches de verano pedaleo
y mis piernas son como una brújula en el polo norte
que ha perdido su compás magnético
soy para las ventanas iluminadas «la que anda sola» «la loca
de la bicicleta» me gusta pensar que por mí los niños
corren a refugiarse bajo las sábanas y esperan historias
que les cierren los ojos ante la verdad
donde el amarillo sucio de mis pelos
corone el rostro de sus brujas y madrastras

por eso el cielo áspero es otro asfalto gris por eso
la lluvia se convierte en brea y mi viaje sin orillas
entra en un pantano viscoso para morderle el cuello
a la bestia que grita mi nombre por los aires